Vamos a confesarlo: algunos –no todos, por supuesto, pero algunos– somos católicos de ocasión. Es decir, puede que vayamos a misa los domingos y que nuestros hijos celebren la Primera Comunión. Y puede, también, que muchos conmemoremos el sacrificio que Cristo hizo por nosotros en la cruz, pero… ¿de qué modo? Porque si es planificando, desde diciembre, dónde vamos a pasar las vacaciones de Semana Santa o si es absteniéndonos de comer carne los viernes… pero atracándonos de mariscos, pues, francamente así no era.

Pero, no te sientas mal. Lo que ocurre es que llevar la fe, literalmente como Dios manda, requiere de compromiso. Y eso, sí que no puede ser algo de ocasión.

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Por eso, como con el diario vivir cabe la posibilidad de que algunas de las enseñanzas sobre la cuaresma que aprendimos desde pequeños se nos hayan  desdibujado, consultamos con monseñor Leonardo J. Rodríguez Jiménez, vicario general de la arquidiócesis de San Juan y secretario ejecutivo de la comisión arquidiocesana de liturgia y piedad popular.

¿Por qué no comemos carne los viernes?

Según lo refirió Mons. Rodríguez Jiménez, de acuerdo con el beato Papa Pablo VI, para el cristiano, el fundamento de todo sacrificio o penitencia –no meramente limitándonos a la abstinencia de carne en cuaresma– “es el lazo que nos une a Cristo y su obra salvadora (que culminó con su pasión, muerte y resurrección), en la que todos estamos llamados a participar, también con nuestra expiación (o sea, ofrecernos para reparar el mal hecho). Esta actitud de conversión, renovación y reparación o purificación debe ser interior e individual, así como externa y social o comunitaria. O sea, el cristiano, con sus sacrificios, se une al único sacrificio redentor de Cristo en oblación al Padre por la salvación del mundo”.

Más aún, monseñor concede que “hay muchos católicos que viven la actitud sacrificial, es decir, de ofrecerse a Dios, cada día, no solo en cuaresma. Lo hacen de manera callada y humilde como pide Jesús en el evangelio”. Pero, como humanos que somos al fin y al cabo, Rodríguez Jiménez igualmente acepta que, “ciertamente, otros no lo hacen, en parte porque no se les ha enseñado o no lo han entendido, o el mundo –con su gran campaña de placer– los ha influenciado mucho”.

¿Y qué hacemos con las nuevas generaciones?

Esto, sin más ni más, Rodríguez Jiménez lo calificó como “un desafío”. Claro que él cuenta con “que no olviden hacer ese pequeñísimo sacrificio de no comer carne los viernes de cuaresma, pero también, en general. O sea, (es un reto) que en toda su vida no sepan sacrificarse. Si no son capaces de no comer carne los viernes de cuaresma, ¿serán capaces de hacer un sacrificio mayor por su familia, por su futuro? Por ejemplo, ¿en sus estudios y su profesión? ¿Sacrificarse por su patria, etcétera?

Siempre podemos hacer más

Por supuesto, los que estamos dispuestos a recapacitar y tomar nuestra fe por sus riendas, siempre tenemos la oportunidad de hacer algo más que, meramente, privarnos de comer carne.

Monseñor Rodríguez Jiménez le resumió así: “Los viernes de cuaresma –en Puerto Rico, como en muchos países–, la abstinencia de carne es obligatoria para todos los católicos desde los 14 años. Es un pequeño sacrificio, pero como decía antes, al ser un sacrificio pequeño que ofrecemos comunitariamente –o sea miles y millones que como Iglesia unidos a Cristo hacemos este pequeño gesto–, se convierte en un gran sacrificio que ofrecemos a Dios. Por otro lado, la Iglesia no manda qué comer”.

Pero, ojo, la moderación es la clave, por lo que monseñor advierte: “Si quiero vivir el espíritu de este mandamiento de la Iglesia de no comer carne, pero me atraco una suculenta mariscada u otra cosa, sería una burla al espíritu penitencial; sería engañarse a sí mismo, cumpliendo la letra de la ley, pero no su espíritu. Ahórrese lo que cuesta ese plato suculento, cómase algo más sencillo y lo ahorrado, ¡déselo a los necesitados! Luego, cada fiel tiene toda la libertad para que, guiado por el Espíritu y su director espiritual, escoja otras obras de penitencia que puede hacer durante la cuaresma y fuera de ella. Por ejemplo: abstinencia de licor, (realizar) actos de piedad como rezar el rosario en familia, participar de la santa Misa algún día además del domingo o rezar el Via Crucis, (además de) obras de misericordia como visitar enfermos, dar una limosna considerable a pobres, asilos u orfelinatos, etcétera”.

Hora de reenfocarnos

Por último, Rodríguez Jiménez  nos recordó que la cuaresma no debe ser un tiempo lúgubre de sacrificios, sino “tiempo de prepararnos para la Pascua de Resurrección. 

Todo el esfuerzo penitencial que hagamos en cuaresma tiene que estar iluminado y dirigido a renovar la experiencia de la pasión, muerte y resurrección de Jesús en nuestras vidas. Pascua significa paso, paso de la muerte a la vida plena en Cristo, del pecado a la gracia. Si no vamos por ahí, vamos mal. Si nos enfocamos en sacrificios que nos cuestan, pero no nos hacen mejores cristianos y seres humanos, al ejemplo de Jesús, estaríamos viviendo la cuaresma desenfocadamente.

Si, como pasa mucho, nos volcamos en la Semana Santa –y, sobre todo, el Viernes Santo– a celebrar la pasión y muerte del Señor y, luego, no celebramos y vivimos intensamente la Pascua, hemos perdido parte de nuestro tiempo y esfuerzo cuaresmal. De hecho solemos llamar a la Semana Santa la Semana Mayor... pero los ocho días a partir del Domingo de Resurrección, y todos los cincuenta días de Pascua, son mayores que la misma Semana Mayor. Porque si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe.

De ahí, también, que vivir la Semana Santa y la Octava pascual como otro tiempo simplemente vacacional, es arriesgarnos a perder, tristemente, uno de los tesoros más grandes del cristianismo. Estos tiempos sagrados son la perla del año, por la cual debemos dejar todo lo demás”.