Miss Venezuela, una de las franquicias más cotizadas entre los conocedores de  los certámenes de belleza, se ha visto empañada por señalamientos de que es una  red de prostitución en la que muchas de las candidatas han estado dispuestas a hacer “favores” a empresarios con el fin de obtener auspicios para su reinado.

“De acuerdo con las fuentes consultadas, los ‘santos’ no obligan a las muchachas a aceptar estos acuerdos. Por lo general, se organizan fiestas o cenas en donde son presentadas a los posibles patrocinadores. De la joven queda decidir si acepta o no. De acuerdo con cifras tentativas, un 30% de las candidatas cada año accede a este tipo de mecenazgo”, detalla la investigación Misses y santos, publicada en Efecto Cocuyo.

En medio de este escándalo aparece la figura de Osmel Sousa, quien se alega estaba al tanto de todo, por lo que decidió en febrero pasado renunciar como director de Miss Venezuela ante el escándalo que se avecinaba.

“No tienen conocimiento de los hechos descritos (Cisneros Media y Venevisión, empresas responsables del manejo de la organización) ni están involucradas en ninguna de las actividades que sus empleados, candidatas, asesores, representantes o asociados realicen fuera de las acciones propias del concurso”, señalaron representantes de la  franquicia de Miss Venezuela.

La publicación de varias investigaciones periodísticas, y las peleas en las redes sociales de las misses, con acusaciones directas entre ellas, hacen creer que no se trata únicamente de rumores.

La primera en reconocerlo públicamente -en 2015- fue  Patricia Velásquez, Miss Venezuela 1989. “Tuve que empezar a prostituirme”, aseguró la ahora actriz, quien así obtuvo financiación para sus cirugías estéticas y para la compra de un apartamento de uno de los patrocinadores del concurso.

Al parecer  no es la única. “Tienes que ir a lo de Fulano, uno de los patrocinadores más duros del concurso. Él tiene que verte y llevarte el traje de baño, pues donde pone el ojo, pone la bala”. Así   le dijeron a la concursante del 2001, Vivian Sleiman, hoy escritora, como recordó ella misma esta semana en su cuenta de Instagram. De hecho, en ese escrito  señala directamente al “Zar de la belleza”, Osmel Sousa, como el gestor.

Su relato comienza con un apabullante: “¿De qué se sorprenden?”. Y lo que sigue resume el final de una historia repetida cientos de veces. Los patrocinadores son empresarios y hombres poderosos, muchos de ellos vinculados al chavismo, que financiaban operaciones estéticas, viajes y demás gastos de las chicas. La excusa oficial es que invertían su dinero en el concurso por el amor a su país.

Otra investigación periodística del diario El País de España sacó a la luz  la relación de  Claudia Suárez, finalista de 2006, con Diego Salazar. Este mecenas, primo del expresidente de PDVSA, Rafael Ramírez, y su hombre de confianza, está acusado de desfalcar 2000 millones de dólares en el caso del Banco de Andorra. La miss, conocida presentadora ahora, habría ingresado un millón de dólares en una cuenta en el mismo banco.

María Gabriela Isler, coronada Miss Universe en 2013, aireó las propuestas indecentes recibidas en su carrera. “Te enfrentas al lado bueno y al lado malo, tú decides de qué lado estar. Tienes 18 años, vienes del centro del país, te ofrecen villas y castillos. Piensas en lo cercano, lo rápido, lo fácil”, aseguró en una entrevista, calificando como “tiburones” a los que se mueven en el entorno de las chicas. “Es lamentable lo que está pasando hoy con el mundo de la belleza”, resumió.