A la actriz Ivette Rodríguez se le hace imposible imaginar cuán diferente sería el fuerte sentimiento que siente por sus hijos adoptivos, Kiriel y Anya, si los hubiera cobijado en su vientre.

Lo piensa, un par de segundos, y concluye que el amor profundo que emana por ellos sería idéntico por la vía biológica o de la adopción.

Rodríguez, como otras mujeres, cumplió su deseo de ser madre con niños rusos.

Su experiencia con las autoridades de Rusia y la oportunidad de brindarles un hogar a dos personas provocan que lamente que se haya cerrado la posibilidad de adoptar en ese país. El pasado diciembre, el Consejo de la Federación de Rusia aprobó una ley que prohíbe la adopción de niños rusos por parte de familias de Estados Unidos.

“No creo que haya diferencia entre una madre adoptiva y una biológica. No me imagino diferente porque fuesen biológicos. Nunca lo sabré porque los amo profundamente y su dolor es mi dolor y su alegría es mi alegría”, comentó la actriz mientras reflexionaba sobre la posibilidad de que muchas parejas no cuenten con esa opción.

“Como mamá, me pareció rompecorazón para los padres que añoran hacer la diferencia en la vida de un niño, porque de eso se trata la adopción, de ayudar a crecer y darle lo mejor de ti a alguien. Sé que hay otros países, pero verdaderamente en Rusia hay muchos orfanatos llenos”, agregó la entrenadora de transformación personal, quien espera que a quienes iniciaron un proceso de adopción se les permita culminarlo.

En días recientes, surgió una supuesta determinación del Gobierno de Rusia para terminar el proceso que comenzaron ciudadanos estadounidenses.

Hace 14 años, la intérprete y su ex esposo Efraín Marrero adoptaron a Kiriel y Anya. El joven universitario, de 19 años, y la joven de escuela superior, de 16 años, no son hermanos biológicos, pero sí “del alma”, como dice su madre.

Al no quedar embarazada, la actriz decidió comenzar una ruta para la adopción que inició en Puerto Rico y culminó en Rusia. Su experiencia hace 14 años no fue la mejor.

“Venía de una trayectoria de desilusión en mi país. No soy de la gente que empezó en Rusia. Mi proceso me llevó hasta Rusia. Aquí, no me fue nada bien, fue una decepción. Aclaro que mi experiencia terrible fue hace 14 años. Exploré Latinoamérica y mi camino me llevó a una agencia norteamericana que tramitaba adopciones rusas. Fue fantástico porque, desde el momento en que contacté a la agencia y tuve a mis hijos, pasaron 10 meses”, recordó al decir que, a pesar de la cantidad de requisitos que tuvo que proveerles a las autoridades rusas, el proceso fue “estructurado” y “coherente”.

Añadió que, como en aquel momento tenía 44 años, no podía esperar como algunas parejas puertorriqueñas con las que coincidió en el Departamento de la Familia y que llevaban entre tres y cinco años en los trámites de adopción.

“Son procesos complejos, pero si hay una estructura clara, es más llevadero. Si no estás comprometido, a mitad de camino te quitas por la cantidad de documentación. El proceso te reta”, mencionó quien desde el instante en que tuvo una foto de los niños se identificó con ellos.

“Desde ese momento, supe que eran mis hijos. Hoy son seres florecidos. Por eso, muchos niños merecen esa oportunidad”, concluyó.