En Santurce existe una esquina singular. Justo en la avenida Fernández Juncos, calle Hipódromo, se encuentra el bar El Corozal, donde entran y salen personas a darse una fría o un palo sin saber que, quizás, fueron la inspiración de uno de los personajes que se gestan en la mente del libretista, actor y director Mikephillippe Oliveros.

Este artista es uno de los gestores del grupo Teatro Breve, aunque prefiera ser nombrado como el líder a quien hay que echarle la culpa si algo sale mal. Este colectivo celebró su séptimo año de trabajo continuo. Su especial, La casa, ha estado vendido completo desde su estreno el pasado julio y sigue en cartelera en el café-teatro “Shorty Castro” en Santurce, como lo bautizaron.

La agrupación, que se distingue por las representaciones de segmentos cómicos nutridos de cotidianidad, hoy está compuesta por los actores Lucienne Hernández, Lourdes Quiñones, Roy Sánchez, Alejandro Carpio, Juan Pablo Díaz, Marisé Álvarez, Isel Rodríguez y Luis Gonzaga, quienes son la familia escogida de Oliveros o el grupo de “pájaros raros” con los que sintió una conexión especial.

El intérprete complementó sus estudios en actuación con las historias que nacían en ese lugar santurcino, dignas de ser montadas en pasos de comedia. Como dicen, a veces la realidad supera la ficción. Fue bartender de El Corozal por cinco años, pero allí también escuchó a muchos y se retroalimentó de la sabiduría de un cliente particular, el fenecido dramaturgo Mario Paoli.

Oliveros se sintió atraído por el arte de la representación cuando cursaba la escuela elemental, pero lo comprobó en un taller de teatro experimental con el actor Manolo Castro, en Caguas, donde se crió.

Este acercamiento lo convenció de estudiar en el Departamento de Drama de la Universidad de Puerto Rico de Río Piedras, donde sus padres, Blanca Vélez y Michael Oliveros, creían que estudiaba Prejurídico.

“Me descuidé y llegaron las notas y mis papás se dieron cuenta. Fue un issue bastante grande. Pero era la primera cosa que decían que hacía bien. Ese feedback era suficiente para motivar mi imaginación”, comentó quien es el único de su familia vinculado a esta profesión.

¿Qué encontraste en ese espacio de la actuación que descubriste solo?

Gente que pensaba más o menos igual que yo. Me sentía como un pájaro raro por mucho tiempo hasta que caí con estos otros pájaros raros y, de momento, éramos una familia en la que cualquier cosa que uno hiciera o dijera no necesariamente era una locura.

Una vez absorbió como una esponja las herramientas útiles que le ofreció el Departamento, Oliveros dejó sus estudios.

“En Puerto Rico, nadie tiene las herramientas para hacer a actores y directores. Si quieres entrar a la academia de cine y teatro, tienes que arrancar para afuera. No hay ni una clase de escritura dramática. La única clase que hay es dramaturgia y es electiva, y la coges si te da la gana. La génesis de cualquier pieza teatral es un libreto y no hay ni una sola clase. Me fui percatando de que si no salía a la calle a meter las manos y a coger cantazos iba a tener una idea del teatro digerida”, expresó.

Entonces, ¿cómo está preparado el actor boricua?

Como está preparado el puertorriqueño para cualquier otra faceta: a cojón. A levantarse por la mañana, coger un trabajo de 8:00 a 5:00, llegar a la casa y rápido llegar al ensayo, para salir a las 11:00 p.m. y luego estudiar de otra obra. Te haces inmune a ese tren de vida.

Oliveros no quería otra clase de matemáticas ni filas en las matrículas. Solo quería hacer lo que le gusta: estar en el escenario o en el ajoro tras bastidores, pero se dio contra la pared.

“No existe esa cultura de meterte a las manos con otros actores y ver quién es el mejor para el personaje. Entrar al teatro de Puerto Rico es como entrar a una compañía donde no hay ningún tipo de oportunidad de crecimiento. Tienes que hacer tu cosa o ser bien pana de la gente que está haciendo”, dijo al aclarar que, a pesar de esta realidad, Teatro Breve nació como parte de la necesidad de montar algo entretenido en el antiguo Taller Cé, donde también trabajaba como bartender, y luego sin planes a largo plazo, el público esperaba el próximo sketch.

“Seguimos jugando hasta que se había formado un grupo”, mencionó.

Mientras trabaja simultáneamente en El Corozal y en el Taller Cé se “graduó” con las vivencias de los “personajes” que lo rodeaban. “Era lo que estaba buscando, una nutrición cultural real, no digerida como en la universidad. Estaba pasando de todo a la vez, pero lo más que atesoro de este lugar (El Corozal) es al señor Mario Paoli que esperaba que diera las cervezas a todo el mundo, para hablar de teatro. Me traía sus piezas y yo le daba las mías”, recordó.

¿Qué recogiste del lugar?

Todo, todo. Me hice adicto a esta esquina. Empecé a trabajar en el Instituto Loaiza Cordero para ciegos y trabajé en la agencia hípica de al lado. Había personajes dondequiera. Por eso, en cada cosa que hago me acerco a las expresiones reales.

El autor de la pieza Azul oscuro. El alma ha aprendido en otros salones de clases sin sentarse en un pupitre. Esos en que los maestros son sus antecesores, Shorty Castro, Sunshine Logroño y Jorge Castro.

Oliveros es de los que reconocen la labor de quienes marcaron el teatro y la televisión local. “Me invade la nostalgia cuando hablo de la comedia porque crecí con El cuartel de la risa, La pensión de doña Tere. Prender la televisión ahora da grima. Es un badtrip. La cronología de cómo todo eso se fue al carajo es bien triste”, dijo.

Este artista representa a una generación que ha hecho su propio camino ante la ausencia de taller si se compara con la época de los 80 y 90. “Sería injusto decir que nos están pasando un batón. Ese batón se cayó, no existe. Nosotros estamos tratando de retomar esto. Por eso, es bien importante que nosotros hagamos un vínculo con esa otra generación porque creo que se rompió esa soga y ellos están tratando de hacer lo mejor que pueden con lo que hay”, puntualizó en referencia a las invitaciones que han extendido a veteranos en las funciones de Teatro Breve.

Ese momento en que se disipan las diferencias de edades y todos juegan es uno de lo más enriquecedores del actor. “Cuando tienes a Shorty, Sunshine y Jorge que le echan flores a la dinámica en escena de Teatro Breve, no tienes pa’ donde coger y se me paran los pelos. Crecí viéndolos a pulgadas del televisor y me dicen eso. Ya yo me puedo morir”, comunicó.

Ante el panorama actual, el artista solo se proyecta en la tablas. “La televisión murió. Estamos viviendo una etapa que todo va demasiado rápido para dedicarse a retomar algo. Estamos haciendo un collage de traer gente nueva y vieja escuela en un espacio que se hace algo más o menos diferente”, dijo.

Oliveros toma el ejemplo de Shorty Castro para concluir que el resto de sus días sólo quiere hacer lo que le apasiona, pero siempre acompañado.

“No me puedo encerrar en un cuarto a escribir. Necesito hablar con mi corillo. No importa lo que haga, no quiero trabajar solo. Me proyecto trabajando con mucha gente. La meta es simple: pasarla bien y divertirse, incluso cuando la cosa se ponga seria”, finalizó.