Pudo haber sido conguero o trombonista, o quizás haberse quedado tras bastidores como bandboy, pero cuando Tito Rodríguez le preguntó si sabía cantar, contestó: “Yo soy el mejor cantante del mundo”.

Desde ese momento, hace 55 años, José Luis Feliciano Vega, o Cheo Feliciano para la música, comenzó sus conquistas en la salsa y tiempo después en el bolero, su verdadero amor.

“Yo soy romántico y sigue siendo mi amor especial el bolero; la salsa pues, corre por las venas”, dice rodeado de las imágenes de sus colegas que adornan las paredes de Viera Discos.

Su acercamiento a la música se dio a través de sus padres.

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“Mi papá (Prudencio Feliciano) era carpintero seis días a la semana; el domingo era libre y ese día le decía a mami (Crescencia Vega): ‘Hoy usted se peina, se planta frente al espejo, que yo me encargo de la cocina’, y entonces según mi papá iba picando y preparando, empezaba a cantar alguna línea de boleros de aquella época. Era el estilo contracanto como Quique y Tomás, el Pimpinela de aquella época, y mi mamá le contestaba desde el cuarto la contralínea, y yo añoraba los domingos esos conciertos de mis viejos”.

Nacido en Ponce, el mayor de los dos hermanos emigró con su familia a la ciudad de Nueva York a la edad de 17 años. En la Gran Manzana vivió el racismo y desarrolló su pasión por la música.

En uno de sus rumbones callejeros, se enamoró a primera vista de su hoy esposa, por 55 años, Socorro, su “Cocó”.

“En los rumbocitos de nosotros venían las muchachas, era verano y las muchachas usaban unos hot pants, y cuando yo vi aquellas piernotas, yo dije: ‘Estas piernas no son de aquí. Y ahí pues le caí arriba a la negrita’”, recuerda con picardía el padre de cuatro hijos, abuelo de ocho nietos y bisabuelo de una niña.

Cheo alcanzó la gloria artística con la misma rapidez que cayó en el abismo de las drogas, una etapa que al recordarla parece hacerse más fuerte.

“Empezamos a fumar marihuana, pero luego conocí a uno de lo seguidores de estos rumbones y no sabía que el tipo, aparte de que era amigo de todo el mundo, era traficante también, y ahí conocí la heroína, y ahí fue donde se trancó el bolo”, cuenta mientras observa las marcas en sus brazos.

“Seguía trabajando y canté todos los temas que nos hicieron famosos, pero a la vez fui haciéndole daño a mis viejos, a mi esposa, mis hijitos que estaban comenzando a llegar y llegó un momento en que después de uno recibir 15 millones de consejos en 15 años, todos me impactaron a la vez, vi mi propia realidad y dije: ‘Esto se tiene que acabar’”.

De la mano del fenecido Tommy Olivencia llegó a Hogares Crea a romper en frío.

“Y estuve ahí casi unos tres años; en esos tres años siempre tuve la presencia de dos personas, el maestro Tite Curet Alonso, que me apoyaba y me visitaba y llevaba cigarrillos, y una vez al mes venía Jerry Masucci, que estaba interesado en que firmara con las Estrellas de Fania”, relató el sonero.

La voz de Amada mía, Mi triste problema y Anacaona, regresó al escenario como miembro de la Fania Records en la ciudad de Nueva York, donde también retomó su vida familiar.

“No creo que reviviendo todo lo pasado, cambiaría mi vida; con lo bueno y con lo malo, porque de lo malo aprendí mucho, y de lo bueno, ¡ni se diga! Yo he sido muy afortunado. Le doy las gracias a Dios, porque él me ha dado muchas oportunidades, me ha rescatado de posibles muertes muchas veces y por él estoy cantando”.

¿Algún momento que atesore?

Hay dos: ese regreso al público, porque regresé con miedo de que no me aceptaran, que me cerraran las puertas, pero cuando empecé a cantar con las Estrellas de Fania, hubo un aplauso tan grande y muchas personas decían: ‘Cheo, gracias por regresar, te necesitamos’. Eso encendió una vez más la fe y las ganas de trabajar. Y la otra, después de haber cantado en tantos salones de altura, nunca había tenido una presentación de altura en mi propia tierra; fue cuando celebré mis 25 años en Bellas Artes y presenté toda mi familia.

A sus 77 años el retiro no es uno de los proyectos que rondan su pensamiento.

Sí lo complacería grabar un disco en inglés de sus éxitos románticos, y otro de temas inéditos de su “alma gemela”, el cantautor Rubén Blades.

Con el creador de Pedro Navaja pudiera apuntarse un segundo Grammy, si ganan en la categoría mejor álbum tropical por Eba Say ajá.

“Todavía hay Cheo pa’ buen tiempo”, afirma mientras escapa la misma sonrisa que acompaña su saludo de “¡Familia!”.

“He campeado temporales, he tenido la dicha de sobrevivir situaciones y aquí estamos y en salud, gracias a Dios”.