La única vez que tuve el honor de estrecharle la mano a José “Cheo” Feliciano resultó ser una ocasión muy breve, aunque inolvidable, en la misma noche que presencié uno de los mejores conciertos a los cuales he asistido. Pero en un día triste como hoy, en el que Cheo abandona el mundo terrenal no puedo evitar recordar ese breve intercambio de palabras con él, curiosamente a pasos de donde murió.

Era una de las noches en las que Rubén Blades había presentado su espectáculo “Todos Vuelven” en el Coliseo de Puerto Rico a finales de febrero 2010. En ese magistral concierto, Cheo tuvo una aparición junto a Blades en tarima, uno de los grandes momentos de la velada.

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Luego del espectáculo, todavía alucinando con lo presenciado, partí rumbo a mi hogar. Pero el hambre me hizo parar en Kenny’s Pizza en Cupey, una modesta “guagüita” que prepara allí mismo su pizza, y que está localizada en la carretera PR-176, a metros de donde Feliciano cuatro años después daría su último suspiro de vida.

Allí, esperando un pedazo, estaba Cheo. Vestía todavía la misma ropa con la cual subió al escenario. No pude dejar pasar la oportunidad de felicitarlo por un gran espectáculo. “Felicidades Cheo, fue un tremendo show”, le comenté. Cheo, con una sonrisa, me agradeció el gesto mientras seguía esperando su pizza. Otros en el lugar hicieron lo mismo.

Me sorprendió que, después de ese “conciertazo”, Cheo no estuviera en una fiesta privada o algo por el estilo. Estaba allí, en la guagüita, mientras su esposa lo esperaba en el carro. Lo más seguro le pasó lo mismo que a mí: camino a casa le dio hambre y paró en Kenny’s.

Fue la única vez que conocí a Cheo. Pero lo conocí como un hombre humilde, agradecido por el apoyo recibido. Por eso no me extraña que un día como hoy, todos, incluyendo aquellos que pasaron más de cinco minutos con él, lo recuerden de igual manera.

Descansa en paz, Cheo.