El músico puertorriqueño Rafael Scharrón toma su requinto entre sus brazos y empieza a deslizar sus dedos suavemente por las cuerdas.

“Esta que voy a cantar se titula Brindis en soledad (a quien pueda interesar)”, explica sin dejar de tocar.

Entonces, cierra los ojos y deja escapar su voz suave, sutil, casi como una caricia, mientras su requinto parece llorar con cada verso de amor que suelta.

“Yo brindo en soledad con música y poesía, librando tu recuerdo en verso y armonía. En cada palpitar que dañe el corazón un tremor insistente tu nombre tararea”, interpreta sin abrir los ojos.

El nombre de Rafael Scharrón es símbolo de romanticismo, tradición y respeto dentro de la música popular puertorriqueña. Con más de 700 canciones grabadas, este músico de 81 años de edad es considerado uno de los mejores requintistas en el país.

Scharrón perteneció a diversos tríos en la década de los 50, siendo los más conocidos Los Antares, con Felipe “la Voz” Rodríguez; Los Primos, con Julito Rodríguez, y Trío Voces de Puerto Rico.

Oriundo del pueblo de San Sebastián del Pepino, Scharrón aprendió a tocar guitarra de niño, gracias a las lecciones de su padre y su hermano, quienes interpretaban el cuatro puertorriqueño.

“Cogí la guitarra porque, como había dos cuatristas en la casa, tenía que acompañarlos por obligación”, recordó en entrevista con Primera Hora, desde su acogedor apartamento en Río Piedras.

En su adolescencia, el artista conoció la música del trío Los Panchos, que le hizo cambiar su enfoque musical y lo acercó a su instrumento.

“Me enamoré del requinto por Los Panchos. Ese instrumento sonaba tan distinto que me sorprendió. En ese momento no sabía qué era aquello, pero seguí escuchando discos de Los Panchos y fui aprendiendo poco a poco ”, explicó el músico sobre cómo comenzó su amor por el requinto.

Este instrumento, una especie de guitarra pequeña, fue incorporado a la música de trío y al género del bolero por el mexicano Alfredo Bojalil Gil, mejor conocido como “el Güero”, quien fue integrante original de Los Panchos.

Fue precisamente este músico quien se convertiría en un maestro para Scharrón y el que le regalaría –años después de conocerse– su primer requinto.

“Conocí a Los Panchos en un concierto en Arecibo y enmudecí completamente porque aquello era un sueño, un sueño... Entonces, con Alfredo pasa que yo era admirador de él y él vio en mí un alumno”, explicó.

Luego de ir puliendo su oído y perfeccionando su interpretación, Rafael Scharrón commenzó a tocar con Los Antares, en 1950, logrando exposición nacional.

Fue el periodo de grandes éxitos como La última copa, La cama vacía y No te perdono más, entre otras. Pero aquella alegría fue opacada años después cuando el artista tuvo que combatir en la Guerra de Corea por el servicio militar obligatorio.

“En ese tiempo (de guerra) tuve tiempo de pensar y hacer cosas con mi instrumento que me ayudaron a cambiar un poco mi estilo”, resaltó.

A su regreso, volvió a tocar con Los Antares, grupo del que luego se separaría para integrarse al trío de Cheíto González y, más tarde, al Trío Los Primos con Julito Rodríguez, quien en ese entonces ya había renunciado a Los Panchos.

“Muchos dicen que ese es el trío de Puerto Rico”, mencionó Scharrón sobre Los Primos, agrupación a la que perteneció por 18 años.

Pero quizás una de las mayores aportaciones musicales que hizo Scharrón fue con el Trío Voces de Puerto Rico, que fundó en 1982. El sello del grupo era que contaba con tres requintos, algo que no era usual en ese entonces.

“Tenía la idea hacía muchos años de hacer una agrupación que tuviera tres requintos con distintas tonalidades y lo hice casi para romperme la cabeza porque tenía que arreglar en tres tonos distintos”, manifestó.

Con este conjunto, el instrumentista también musicalizó poemas de autores puertorriqueños y latinoamericanos.

“Lo hice porque leía mucha poesía, pero también buscando la patria, lo emocional de cada país, de nuestra América”, compartió este defensor de la libertad y admirador del líder independentista puertorriqueño Pedro Albizu Campos.

¿Qué distingue su forma de tocar?

Dicen que tengo un toque suave, que no busco mucha presencia, sino que adorno la canción para llevarla a su sentido.

¿Cuál ha sido su mayor satisfacción en esta carrera?

Hacer un arreglo y que se escuche como nunca lo he oído. Esa es la emoción más grande y puede pasar en un ensayo o en un show, con una canción que has tocado mil veces. Pero hay un día en que esa canción queda perfecta y eso para mí es la emoción más grande, es algo celestial.

¿Cuál fue la lección más importante que aprendió de su hogar, de su familia?

Te diría que en hacer las cosas con mucho amor, siempre con amor.

De todas las agrupaciones en las que estuvo, ¿cuál fue la que lo marcó?

Hubo una, pero no te la digo.

¿Por qué?

Por respeto a las demás.

¿Quién le regaló su primer instrumento?

Fue una guitarra pequeña que mi hermano me dio cuando vine para San Juan y a la que le mandé a cortar el brazo para hacerla requinto. El primer requinto como tal me lo regaló Alfredo “el Güero” en el 60 y pico y me la envió con (el fenecido productor) Paquito Cordero.

¿Cuál de todas sus canciones reconoce que es la más conocida por el público?

La que todavía no he escrito.

Recientemente le hicieron un homenaje en su pueblo, San Sebastián del Pepino, ¿qué representó eso para usted?

‘El Principito’ decía que en agradecimientos no hay excesos y mi más grande agradecimiento lo tengo para mi pueblo. Yo sueño con mi pueblo, ahí se me quedó el ombligo. Lo tengo siempre presente en mi vida porque ahí fue que viví los 15 años más felices de mi vida.

¿El músico nace o se hace?

Eso no lo sé porque no creo en el destino, pero ciertamente hay una predestinación en estas cosas.

Al repasar su trayectoria de más de 60 años, ¿qué ha representando la música para usted?

Mucho, mucho, y sigue representando. Me voy con ella pa’l cielo.