Llueven las disculpas y el arrepentimiento parece ser genuino pero, para los ofendidos, “el daño está hecho”.

Hablamos, por supuesto, de los dos incidentes recientes que prendieron en candela tanto las redes sociales como los medios noticiosos porque dos famosos “metieron la pata” e hicieron expresiones que hirieron las sensibilidades de muchos: el supuesto ataque de Rodner Figueroa a Michelle Obama y la referencia al autismo hecha por Sonia Valentín.

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De más está decir que solo Rodner y Sonia son los que realmente saben lo que está en sus mentes y corazones, y que por mucho que los ataquen o los defiendan, solo ellos saben por qué dijeron lo que dijeron. Lo que sí es posible preguntarse –sin asumir ninguna postura de ataque o defensa del uno o del otro– es ¿por qué vamos a acusar a dos personas públicas y exitosas de hacer comentarios deliberadamente maliciosos, si ellos y nosotros sabemos que con eso pondrían sus carreras y su credibilidad en serio riesgo? ¿Será posible que alguien, a sabiendas, cometa esa especie de “suicidio profesional”?

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Por eso, de manera completamente objetiva, le hicimos un acercamiento a la psicóloga clínica Omayra Rivera Rivera, para que nos ayudara a auscultar por qué Rodner Figueroa, Sonia Valentín o cualquiera de nosotros puede ofender a alguien, partiendo de la premisa de que nunca se tuvo la intención de hacerlo.

Personalidad impulsiva

La doctora Rivera Rivera inició la entrevista recalcando que lo que nos iba a hablar era solo su “opinión personal porque no hay un estudio basado en evidencia, que pueda explicar este tipo de conducta. Sí, hay personas que tienden a tener personalidad impulsiva o características impulsivas y tienden a no medir las palabras al momento de hablar de un tema en particular”, detalló la experta. Y, acto seguido, especificó que, cuando alguien, en un impulso, hace una referencia que se puede interpretar como negativa o despectiva hacia un grupo particular de la población –por ejemplo, personas negras, obesas, homosexuales, lesbianas, con autismo o Síndrome Down–  “eso no necesariamente implica que esa persona tiene un prejuicio” hacia el grupo en cuestión.

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“Creo que muchas de estas cosas responden a lo que es la cultura y los refranes populares”, continuó explicando la psicóloga. “Es (como) hablar (impulsivamente) de manera más coloquial o repetir (frases o expresiones) como el papagayo, sin que en realidad ese comentario esté cargado de prejuicio o que la persona lo haya hecho (el comentario) con la  intención de dañar o perjudicar a una persona o a equis sector de la población”.

Por supuesto, hay excepciones

Tristemente, ninguno de nosotros vive en un cuento de hadas, por lo que todos sabemos que, por fuerza, hay ocasiones en que algunas personas hablan con toda la intención de ofender. “Pero, esas son las excepciones; ese sería el sector más pequeño”, destacó Rivera Rivera. O sea, que una cosa es meter la pata y otra cosa es hablar para, deliberadamente, ofender. Pero, lo más común, en su opinión, es que todos crecemos escuchando a nuestros mayores emitir juicios y hacer expresiones de tal o cual manera y, a medida que vamos creciendo, utilizando a esos adultos como modelos, “repetimos lo que desde pequeños venimos escuchando. Muchas de estas cosas responden a conductas aprendidas en el entorno y la tendencia es a repetir lo que oímos… sin intención de hacer daño”.

Pero, de todos modos, duele

Aunque la intención del ofensor no haya sido herir, el que se considera el blanco de las expresiones hechas se siente herido, dolido, ofendido. Y eso, el acusado de la ofensa no puede evitarlo. O sea, cuando uno se siente sensible respecto a un tema, es muy difícil no sentirse atacado, sobre todo cuando –como en el caso de Rodner y Sonia– son figuras públicas las que expresan aquello que nos ha ofendido.

“En ese sector, en particular, en el sector artístico”, observó la psicóloga, “se les hace bien difícil cambiar de canal, de lo que es una comunicación popular, como la harían en privado con sus compañeros”, a como lo harían frente al ojo público. “De momento, estamos en un medio de comunicación y ese filtro faltó en ese momento, y nos comportamos como si estuviéramos en privado”.

Pero, cuando alguien hace eso, ¿no será porque, a nivel subconsciente, de veras cree lo que han dicho?, insistimos en preguntarle a la doctora. 

“Pueden ser excepciones”, reiteró, “eso no podemos descartarlo. Pero, lo más común es que se habló sin pensar. No se pensó en las consecuencias, no hubo ese filtro para medir las palabras”.

Y, sin hablar específicamente de Rodner Figueroa o Sonia Valentín, pero refiriéndose a figuras públicas como ellos, la doctora opinó: “Estoy segura de que, con intención, nadie va a perjudicar su carrera de eso modo, a propósito. Pero, lo cierto es que la clase artística, que se expone a los medios, tiene que tratar de medir (sus palabras). Tienen que ser más conscientes y juiciosos, y medir las consecuencias de lo que puede (suscitar) la crítica del pueblo a su trabajo”.

¿Por qué contraatacamos con tanto coraje?

Nuevamente, partiendo de la premisa de que una figura pública dijo algo que ofendió –aunque insiste en que no lo hizo adrede–, le inquirimos a la experta, ¿por qué el público se inclina más hacia juzgarle negativamente, a acusarle de plano? O, diciéndolo de modo más pueblerino, ¿a lincharlo o lincharla?

“Lo que se dijo no deja de ser ofensivo”, reconoció Rivera Rivera, “pero, también estamos hablando de si vale la pena o no exponerte a entrar en una crítica (del supuesto “ofensor”) cuando, sencillamente fue algo que se dijo de manera espontánea”. 

Y no es cuestión de excusar la conducta, así como así, advirtió la psicóloga, pero, para evitar sentirse ofendido ante un comentario que hiere nuestra sensibilidad, “debemos estar conscientes de lo que somos, de tener una buena autoestima para evitar que estas situaciones nos afecten más a allá de enfrentarnos a la situación. Pero, creo que estamos hipersensibles y pasamos juicio rápido contra las personas, sin mirarnos a nosotros mismos” porque, el que más o el que menos, ha ofendido a alguien de la misma manera.

De otra parte, al que ofende, le toca reconocer sus actos. “Ahí es que entra la capacidad de introspección, de uno entender que estuvo errado en su conducta y/o comentario, y tener la capacidad de pedir disculpas y aclarar el malentendido”.

¿Cuál es el aprendizaje de todo esto?

La doctora Omayra Rivera Rivera opina que, si nosotros metimos la pata porque repetimos como el papagayo algo que aprendimos de nuestros mayores, lo menos que podemos hacer es inculcarles a nuestros niños el tratar de frenar sus impulsos. Inculcarles, también, buenos valores y cambiar ese “chip” en nosotros, de seguir diciendo lo que oímos de pequeños, para evitar esos comentarios ofensivos. Para que, sencillamente, no se vuelvan a repetir”.

O sea, que si nosotros seguimos repitiendo algo porque lo seguimos escuchando, con las generaciones venideras pasará igual, a menos que tomemos cartas en el asunto “para ponerle ‘stop’ a esto”, acotó la psicóloga.