El amor está en el centro de To the Wonder. Amor físico, amor romántico y amor espiritual. El nuevo filme del director Terrence Malick no sólo exalta estos sentimientos sino que muestra lo que ocurre ante la falta de ellos, cuando el rencor o la duda se incuban en nosotros, restringiendo nuestra disposición natural a amar a alguien, a algo, ya sea tangible o efímero.

To the Wonder -el sexto largometraje del cineasta y el primero que se desarrolla en un entorno contemporáneo- transmite estas emociones mediante imágenes, no tanto así con palabras. Malick continúa su experimentación con el séptimo arte, que alcanzó una de sus máximas expresiones hace dos años en la obra maestra The Tree of Life, y aquí la lleva un paso más adelante en términos narrativos. El cineasta se desprende aún más de los diálogos, casi en su totalidad, incluso de las usuales narraciones que han caracterizado su estilo desde Badlands (1973), haciendo del filme una pieza puramente cinemática.

La trama comienza en Francia, donde encontramos a la pareja principal, interpretada por Ben Affleck y Olga Kurylenko. Sus personajes tienen nombres pero estos no se revelan sino hasta los créditos finales. Son sencillamente un hombre y una mujer que inician un romance, como innumerables lo han hecho e innumerables más lo harán. Durante los primeros meses de su relación se muestran afectivos, atraídos, tímidos... hipnotizados por ese maravilloso sentimiento que se manifiesta en el génesis de todo idilio.


Él le pide a ella que se lleve a su hija a vivir con él en Estados Unidos, propuesta que ella acepta. Los tres se mudan a una linda casa que siempre vemos prácticamente vacía, con pocos muebles, tal y como si fuese un reflejo de su relación: linda por fuera, vacía por dentro. El tiempo pasa, la visa de ella expira pero él no muestra ninguna intención de casarse con ella, por lo que madre e hija regresan a París.

Todo este primer pasaje transcurre con tan sólo algunas instancias de diálogo en cámara, mayormente por parte de la hija, y narraciones de Kurylenko, quien despunta desde temprano como la clara protagonista del filme. La escuchamos incluso cuando su personaje desaparece durante el segundo acto, recitando poéticas reflexiones sobre el amor que los detractores de Malick volverán a tildar de pretenciosas pero que sirven de ventana a los pensamientos de los personajes.

El elenco también incluye a Rachel McAdams, como un viejo amor del personaje de Affleck con quien reinicia una relación tras la partida de su novia europea, y a Javier Bardem, quien encarna a un sacerdote católico en medio de una crisis de fe. A todos los actores se les requiere, pues, actuar, pero sin depender de los parlamentos para expresar sus sentimientos, con sus personajes sirviendo como representaciones de ellos. Esto es más difícil de lo que podría aparentar, requiriéndoles que trabajen la máscara y el cuerpo para desarrollar sus papeles.


¿Cómo logran esto? Depende de lo que deseen transmitir. Kurylenko, en especial, es cautivante en pantalla, y no sólo por su belleza. Baila cuando está irradiando felicidad, en lugares como el supermercado o las calles de Texas, comportamiento poco natural pero a tono con el estilo de Malick, donde las expresiones recaen más en lo físico que en lo verbal. Las palabras del guión se manifiestan en su rostro. Affleck es más reservado, distante, frío, casi invisible. Conocemos a su personaje a través de las mujeres en su vida y cómo las hace sentir, ya que él no tiene narración.

Por su parte, Bardem encarna el amor espiritual, la relación entre Dios y el hombre, mediante su acongojada interpretación como un sacerdote que reafirma su fe por medio del prójimo. Si hay un punto débil en To the Wonder es que su papel se prestaba para un mayor desarrollo. Su inclusión entremedio de la narrativa amorosa se siente un tanto aleatoria, como si fuera parte de otra historia en la que Malick quería indagar más a fondo.

A pesar de esta pequeña reserva, To the Wonder no deja de ser otra admirable obra en el canon de Malick, exquisitamente fotografiada una vez más por el mexicano Emmanuel Lubezki, uno de sus mayores colaboradores. Más íntimo que de The Tree of Life pero no menos ambicioso y arriesgado en su puesta en escena, ambos trabajos se complementan y conforman un nuevo capítulo en la prestigiosa carrera de este laureado cineasta que en los últimos años aparenta gozar de un fuerte impulso creativo.

*Esta crítica se publicó originalmente el 12 de septiembre de 2012 cuando debutó en el Festival Internacional de Cine de Toronto.