Con el permiso de todas, pero en esta semana no ha sido fácil poder escribir cuando en estos días vi un vídeo donde una mujer, que puede ser la madre, incita a unas jovencitas a pelear

El verlas entrándose a puños, cuando deberían estar hablando y compartiendo de sus clases, planes futuros, sus sueños, sus metas… Es que como mujer y madre se me partió el corazón, más cuando no vi ni una pizca de respeto para protegerlas y separarlas por parte de sus conocidos, solo la morbosidad de grabarlas, de verlas pelear…. Es que, ¿dónde están los valores y principios de todos los espectadores que estaban allí? 

¿Será posible que ya a nadie le importe lo que significa respeto, diálogo, dignidad? Y que no me digan que había justificación. Jamás la violencia puede justificar algo. Jamás un acto como ese va a darle a ellas el respeto que se merecen. 

No soy quien de juzgar a mamá, ni a nadie, pero esa acción que fue vista por todo el mundo no es aceptada, no es correcta.

Y lo más triste es que desde hace tiempo estamos viendo escenas como esta alrededor nuestro.

¿Qué está pasando? ¿Dónde está nuestra autoestima? Nuestro valor no se defiende con puños, gritos y faltas de respeto. 

¿Dónde queda el ejemplo de amor y sacrificio tan grande que hizo Jesús por todos nosotros? Lo azotaron, humillaron, escupieron, crucificaron y jamás se enredo con nadie para defender su grandeza. Y hoy por hoy sigue siendo el Gran Rey de Reyes, y nosotras sus hijas.

Nosotras las madres tenemos una responsabilidad muy grande. Está en nosotras formar princesas con corazones de guerreras. Pero sus batallas no se ganan en la calle sino a través de la oración. Es ahí donde reciben la sabiduría, fortaleza, autoridad  para cuidar su juventud, su inocencia. Es ahí donde nosotras libramos las grandes batallas por ellas. 

Yo invito a todas las madres -sin importar estrato social o religión-, a todas, que por un momento reflexionen  y valoren las vidas de sus hijas. Ellas son el tesoro que Dios puso en tus manos. 

Tú y yo estamos para levantar y fortalecer la autoestima de nuestras niñas, y  se merecen todos los esfuerzos. Tu tiempo para formarlas es limitado, por lo tanto aprovecha y graba en lo profundo de sus corazones huellas hermosas. Regala tiempo de calidad. Tú sabes que las buenas semillas que deposites en ellas hoy, en el futuro darán buen fruto. 

Sé agradecida y procura ser de bendición. Es tan bonito y especial cuando reconocemos nuestros errores delante de ellas. Procura darle una buena educación. Sé su mejor modelo. Que tu herencia para ellas sea amor y una buena autoestima. Enseña a tus hijas a ser agradecidas de Dios, a amarle sin reservas ni resentimientos, a tener fe y tener una relación real con Dios.

Mujer, en algún momento se van a ir y la recompensa más maravillosa que vas a tener es el saber que cuando mires a tu niña, regalo de Dios ya mujer, podrás verla caminar con la frente en alto y reconocer que en ella hay amor, respeto, seguridad, humildad, dignidad. Y solo podrás decir: “¡Gracias Dios, valió la pena!”.

¡Dios te bendiga!