Como dicen por ahí: “La espera que desespera”. Es lo típico cuando se está en una fila, en espera de resultados, de una llamada, en la oficina de un médico... en fin, podríamos seguir mencionando y no terminamos. Pero,  ¿qué logramos nosotras con la desesperación? ¿Acaso adelantamos algo? Por lo regular, muchas veces lo que hacemos es sacar a la imprudencia,  que nos podría hacer perder el caché, porque te lleva al enojo.

¿Cuántas veces esa desesperación te ha provocado decir cosas de las que luego te arrepientes? Irte antes de tiempo y perder la bendición. O, probablemente, perder oportunidades por tu imprudencia. Y, sabrá Dios, si por la vergüenza, por causa de tu actitud, no te atreves a regresar y estás perdiendo una oportunidad, un buen seguimiento o quién sabe. 

“¿Y quién de vosotros, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida?”, (Mateo 6:27).

¿Cuántas se pasan diciendo que quisieran tener 48 horas en un día? Pero, ¿para qué? Para terminar más esbaratá y sin poder completar todo lo que queremos. Seamos realistas y conscientes de la verdad.

Yo sé que nuestra agenda siempre está cargada, por lo regular, por el trabajo, asuntos de familia o, tal vez, para resolver los favores que nos piden  nuestras amistades. Pero tenemos que aprender a darle el tiempo real a cada situación y dejar un espacio para lo imprevisto. Resolver lo urgente y dejar en segundo lo importante.

Ahora, honestamente, ¿por qué tenemos más paciencia para esperar por aquello que no tiene que ver con nosotras, que cuando tiene que ver? Es que para nosotras no podemos esperar; preferimos perder, olvidarnos de resolver o recibir. Y eso no está bien.

Además, tú sabes que esa desesperación que nos da, nos enferma. ¿Y sabes qué más? Yo creo que hasta nos envejece y nos afea. ¡Oh sí!

Nada, mujer, quiero que la próxima vez que estés en una situación donde tengas que esperar,  seas paciente, toma las cosas con calma, respires profundo y midas bien tus palabras. Te aconsejo que siempre tengas algo de buena lectura en tu cartera o celular. Que te dé paz, que avive tu esperanza  y, a la vez, provoque una sonrisa en tu rostro.

Yo he tenido que vivir muchos momentos donde la espera me ha volado la cabeza y he metido la pata, pero, como todo, nunca es tarde para aprender. 

Hace poco llevé a mi mamá a una cita médica y era ella la que me decía: “Vámonos, esto se está tardando demasiado”. Yo la miré y le dije: “Tranquila, ya estamos aquí. Vamos a disfrutarnos esta espera”. 

¡Dios te bendiga!

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