¿Rendirte? ¡Imposible! Cuando hablamos de rendirnos pensamos siempre en derrota, fracaso, entregarse, cansancio. Y en la jerga de nosotras es como perder el caché y eso ¡jamás!

Es como cuando juego con mis hijas al “Veo, veo”, que siempre me están preguntando: “Mami, ¿te rindes?”. Porque así ellas pueden seguir teniendo el control del juego y yo, para hacérsela difícil, siempre les digo que no, hasta que son ellas mismas las que se cansan de esperar a que yo logre decir la palabra que identifica lo que ellas ven. 

¿Pero rendirme? ¡Jamás! 

Piensa en cuántas veces estamos en batallas día tras día, llevándonos todo lo que se nos pone delante con tal de obtener lo que queremos. O cuántas veces te quedas en una posición sin inmutarte con tal de sentir que sigues teniendo el control, aun cuando en lo profundo de tu corazón sabes que es estás cansada, agotada. 

Es ese mismo cansancio y agotamiento que no permite que te rindas. Y es que siempre salta en nuestra mente que solo nosotras podemos tener control, que solo nosotras podemos resolverlo todo o probablemente no quieres que vean tu debilidad.

Pero, ¿qué pasa cuando estamos solas con nuestros pensamientos? ¿Qué ocurre realmente en ese momento? 

Sencillo, es ahí donde quisieras rendirte y te entra un llanto que ni tan siquiera puedes explicarlo. Es el llanto que te deja saber que necesitas algo más que seguir batallando.

¿Sabes? Este fin de semana pasado yo experimente algo que hacía tiempo no  vivía y que necesitaba… ¡Rendirme, pero a los pies de Cristo!

Sí, así como lo hizo la mujer de Lucas 7:38, “y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume”.

Y es que a veces, por circunstancias, situaciones, problemas o proyectos, se nos olvida darnos la vuelta y rendirnos a los pies de nuestro Maestro.

Es allí donde de verdad podemos descansar, entregar todas nuestras cargas a él y renovar nuestras fuerzas. Pero, sobre todo, dejando que Él sea quien viva por nosotras.

Sin importarme el qué dirán, una vez más me desprendí de mí misma y corrí a sus pies en humillación. 

Mujer, si te vas a rendir hazlo a los pies de Cristo. Jamás te rindas ante las dificultades, tus problemas no son más fuertes que Dios. Tú tienes un Dios poderoso. Apóyate en el Señor en medio de tu situación, problema, enfermedad, en medio de tus luchas… 

Demuéstrale al mundo que a pesar de sentirte débil, en Dios siempre vas a obtener nuevas fuerzas. 

No te resistas y reconoce que necesitas a Dios. Recuerda que  cuando vivimos una vida humillada delante de Dios, su gracia y favor obtenemos.             

¡Dios te bendiga!