El alarido  de una mujer que llora inconsolable la partida de un hijo… La novia desconsolada que sigue esperanzada en llegar a tiempo al altar, resistiendo su partida del plano terrenal...

Las historias de los fantasmas del camino parecen existir en muchas culturas. Por un lado,  nos aterran y nos roban un poco de paz, por el temor de ser víctimas de alguna de estas almas en pena que optan por perturbar a altas horas de la noche en tramos solitarios.

Por otro lado, su relato logra capturar nuestra atención. Nos fascinan y nos invitan a cuestionarnos mil preguntas. ¿Realmente existen? ¿Qué son estas apariciones?

“Este tipo de historia es parte de las leyendas urbanas porque nunca consigues exactamente a las personas que son, ni al nombre del testigo específico”, explica el antropólogo Andrew Álvarez.   

 

Estos relatos no son exclusivos de nuestra Isla. “Se repiten en España, en México, Perú, Costa Rica; en todos los países de habla hispana”. El también parasicólogo revela que “estas historias vienen desde España, en la época de los moros, en que se hablan de las ánimas en pena,  de  posadas, caminos y sitios donde había habido guerras”.
En Puerto Rico, como en diferentes partes del mundo,  “encuentras la historia de la novia que se quedó esperando al novio, o del estudiante que el día de la fiesta de graduación tuvo un accidente y nunca pudo ir a su fiesta, por lo que  todos los años aparece en cierta temporada  para ir a su baile de graduación”, explica Álvarez. 

“Pertenecen al folclor mágico y están en el subconsciente colectivo  de todas las personas que están relacionadas con la cultura hispánica”, añade. “Es un fenómeno similar al del Chupacabras, que sólo pasaba en los países hispanos pero no  entre las comunidades nórdicas o anglosajonas”. 

Ejemplo de uno de los personajes que hemos “heredado” en nuestra cultura es el de “la llorona”, cuyo origen tiene lugar en Tenochtitlan, en México.  “Antes de la invasión de Hernán Cortés al imperio azteca, en Tenochtitlan todo el mundo aseguraba  ver y escuchar una mujer clamando por sus hijos muertos, que se aparecía en los  puentes de esa isla”.  

Los taínos también creían en estos seres fabulosos. Unos de ellos eran “los cabuyas,  que los veían  en los caminos en la noche, y que comían guayabas, y no tenían ombligo”.
 
Seres que fascinan

Dentro del temor que nos infunden, también nos provocan curiosidad. ¿Por qué nos llaman la atención? “Tal vez porque  los fantasmas son algún tipo de verificación que tenemos los vivos de saber que hay algo en el más allá, y que no nos desintegramos cuando morimos”, responde el antropólogo. Y añade que “todos queremos una verificación de que hay otras existencias; de que no es sólo esta existencia, y de que vamos a prevalecer en otro plano de existencia de alguna manera”. 

Sin embargo, estos personajes fantasmales no son eternos. “Mientras más se van olvidando en la memoria cultural del pueblo, estas anécdotas desaparecen”, aclara Álvarez. En cambio, “mientras sigan vivas (las leyendas), van a seguir ocurriendo. Son recurrentes”.

En la actualidad, existen muchos personajes de nuestro folclor mágico -tanto fantasmas del camino, como de barrio- que han ido cayendo en el olvido. “Puerto Rico ya casi no los tiene porque cada vez estamos más urbanos y hemos ido olvidando las tradiciones antiguas”, revela el también profesor universitario. “Por eso ya no ven al jacho (el fantasma de un hombre que fue a pescar un Viernes Santo, y cuya luz  se veía en la noche a lo lejos bajar por la montaña en áreas de ríos y quebradas) ni se habla mucho del duende de la montaña, que corrían los caballos de madrugada, y que los campesinos aseguraban que la crin del caballo estaba toda en trenzas”.  De ahí que “si las nuevas generaciones creen en estas apariciones, creen en la leyenda, en el mito, entonces vuelve y revive y se mantiene”.

Varias leyendas locales

El antropólogo Andrew Álvarez comparte algunas leyendas que han asustado a muchos por años en nuestra Isla.
Sector de los desmembrados.

En la carretera PR-116 de Guánica a Lajas,  muchos vecinos aseguran ver personas fallecidas desmembradas caminar por allí. De hecho, se trata de un sector donde han ocurrido muchos  accidentes automovilísticos. “He entrevistado a cuatro o cinco vecinos de esa carretera, donde no vive mucha gente, y me cuentan  este tipo de historia. Escuchan perros ladrando y ven hacia la carretera, miran y ven pasar torsos  o   cuerpos  de la cintura para abajo, piernas caminando”.

Las almas del túnel 

A principios de siglo XX,  hubo un accidente de tren en el túnel de Guajataca, en Quebradillas, en el que murieron decenas de personas. Al día de hoy,  hay gente que asegura que  aparecen estos espectros y que se escuchan voces dentro del túnel.

La dama de blanco 

Aledaño al túnel de Guajataca, por la carretera PR-2, muchas personas de la región de Quebradillas e Isabela aseguran que de noche aparece una mujer vestida de blanco flotando en el aire, cerca de donde hay una escultura de la cara de un indígena. “Hay hasta quien dice que se ha montado en automóviles”.

La mujer de La Cadena

Cerca de esa región, conocida como  la cuesta La Cadena, hay quienes hablan sobre  una mujer -y a veces,  un hombre-  que pide transportación,  entra en el automóvil y luego de un tramo de varias millas, desaparece; se esfuma.

La dama del cementerio

En el sector La Trompeta,  por donde pasa el parte del lago Carraízo y otros estanques de agua,  también  se habla de una mujer que pide pon y hace que la lleven hasta el cementerio Buxeda. Luego desaparece.

La Llorona del puente Las Calabazas

Hace décadas que  en el municipio de Coamo, tanto choferes de carro público como conductores de trucks de carga, contaban sobre una mujer en una esquina del puente que solicitaba transportación. “Si no le dabas pon o la ignorabas, se introducía en el automóvil del hombre. Por esto, por años, hubo varios accidentes, por esta aparición de esta llorona de la región”, menciona Álvarez.

El  fantasma de la graduación

En  1975 se publicó en un periódico local sobre el caso de una joven en Yauco que había sido recogida cerca del cementerio. Los  muchachos que le ofrecieron transportación  le preguntaron a dónde se dirigía y ella dijo que  a su fiesta de graduación. Bailó toda la noche y el chico que la acompañó toda la noche en la actividad le ofreció llevarla de vuelta a su casa en este pueblo. Al despedirse, puesto que la sentía muy fría, le dejó su chaqueta con la idea de buscar la prenda de vestir al día siguiente. Cuando el joven fue al otro día a la casa, lo recibió una señora mayor que  le dijo  que la persona que describía era su hija fallecida. Le enseñó fotografías y el joven confirmó que era la misma muchacha. Cuando fue al cementerio para visitar la  tumba de la chica,  encontró la chaqueta sobre la lápida.