NOTA: Primero de una serie de tres sobre "cuentos de camino" en Puerto Rico con motivo de la celebración del día de Halloween.

En ruta hacia Isabela por la carretera #2, entrando por la carretera 113 –también conocida como la Cuesta del Caño- se divisa una escultura tallada en piedra del rostro de un indio.

El arte, inspirado en la gallardía del cacique Mabodamaca y la batalla de 1511 contra las tropas del español Diego Salazar, se utiliza como punto de referencia para ubicar una de las leyendas más notorias del pueblo –y que nada tiene que ver con el guerrero personaje.

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En realidad, se trata de una misteriosa mujer que suele aparecer cerca de la medianoche por el área, y a la que hacen referencia como la novia difunta del Caño. Dicen que su silueta aparece flotando por el área.

“Muchas personas dan fe de eso”, responde Miguel “Mike” Mercado, original del pueblo costero. “Cuando uno entra por Isabela, se te aparece, como a las 11:00 (de la noche)”, asegura, y aprovecha para narrar que todo gira en torno al típico cuento de la novia que no pudo cumplir su sueño de ir al altar.

“Días antes de casarse, ella y su novio se fueron para Quebradillas a bailar”, narra, haciendo eco de relato difundido por años. De regreso, “tuvieron un accidente trágico por esa área, y mueren ambos. Cuenta la leyenda que a esa hora de la noche, se aparece, vestida de novia, pidiendo pon para que la lleven a bailar. Muchas veces solo se le ve el torso. Otras veces, se ve completa”.

Pero al parecer, el encantamiento no solo tiene que ver con su aparición, sino con la supuesta fuerza que ejerce para que algunos autos confronten desperfectos mecánicos en la estrecha carretera. 

¿Pero usted la  ha visto?

“Nunca. Pero hay mucha gente a la que, curiosamente, se les dañan los carros ahí mismo. A mí me pasó, precisamente como a esa hora. Se apagó. Pero cuando voy a intentar prenderlo de nuevo, entonces prende. El carro no falla en todo el camino, pero cuando llega ahí, empieza a parar. Y eso le ha pasado a muchos”.

Como esta, nuestra Isla cuenta con decenas de historias de apariciones que van pasando de generación en generación y que pasan a formar parte de nuestro libro de leyendas urbanas.

¿Los personajes más típicos? Las novias frustradas de no haber cumplido su ilusión de dar el sí, y las lloronas que vagan buscando a su hijo perdido. ¿Los lugares? Por supuesto, tramos solitarios a altas horas de la noche, donde difícilmente alguien pudiera escuchar un grito de auxilio.   

Entre las historias conocidas de nuestro folclor se incluyen las que compartimos a continuación.

La Llorona del puente Las Calabazas

Por décadas, tanto choferes de carro público como conductores de camiones que transitan por el municipio de Coamo han hablado sobre una mujer que se paraba en una esquina del puente pidiendo pon. Ignorarla no era suficiente, ya que dicen que de todos modos, aparecía en el automóvil del conductor, razón por la que se presume que por años han ocurrido varios accidentes en el área. Se dice que su alma vaga buscando a su hijo. 

Las almas perdidas del túnel

A principios de siglo XX,  hubo un accidente de tren en el túnel de Guajataca, en Quebradillas, en el que murieron decenas de personas. Hay gente que asegura, al día de hoy, que aparecen espectros de almas perturbadas, y que se escuchan voces dentro del túnel.

La mujer del cementerio

En el sector La Trompeta, por donde pasa una parte del lago Carraízo, se habla de una mujer que pide pon para que la lleven hasta el cementerio Buxeda. Luego, desaparece.

El bebé siniestro

Dicen que en el puente Mavillas, en Corozal, cerca de la medianoche, se escucha a un bebé llorando. Según la leyenda, en el siglo pasado, un borracho que viajaba a caballo escuchó el llanto de la criatura y quiso descubrirlo para ayudarlo. Presumió que lloraba por hambre, así que decidió mojar en el río un pedazo de pan que traía en su bolsillo, de manera que el bebé pudiera ingerirlo. Pero en su intento de darle de comer, se encontró con que el bebé tenía colmillos afilados y comenzó a reír macabramente. Se dice que el hombre dejó de beber tras el susto. Otros aseguran que esta leyenda tuvo lugar en la carretera #14 de Aibonito a Coamo.

El Jacho Centeno

Uno de los personajes más populares –y muy conocido por nuestros abuelos- es este. Se trata de un campesino del centro de la Isla (algunos aseguran que de Orocovis), que vivió a mediados del siglo XX, y que solía pescar para alimentar a su familia. Cargaba consigo una cruz de madera. Cuentan que una vez, de regreso a su casa en la noche, prendió un hacho (o ‘jacho’, como algunos lo pronunciaban), pero se consumió antes de que pudiera llegar a su residencia. Así que, con el último fósforo que tenía, prendió la cruz, alentado por una “voz” que lo persuadía a hacerlo. Dicen que logró llegar a su casa, pero pocos días después, enfermó y murió. Como castigo por su falta, fue forzado a regresar a la tierra a buscar las cenizas de la cruz que quemó. Por décadas, residentes alegan haber visto a lo lejos resplandores en lo alto de la montaña que evocan al infortunado personaje porque su alma no descansa en paz.

La dama del baile

En la década de los setentas se difundió el caso de una joven en Yauco (otros ubican la leyenda en Aibonito) a la que un joven le ofreció pon, y que estaba parada cerca de un cementerio. El muchacho le preguntó a dónde se dirigía, y ella dijo que  a su fiesta de graduación. El joven accedió a acompañarla. Se dice que bailaron toda la noche y, luego, el chico le ofreció llevarla de vuelta a su casa. Al despedirse, puesto que la sentía muy fría, le dejó su abrigo con la idea de buscar la prenda de vestir al día siguiente. Cuando el joven fue al otro día a la casa, lo recibió una señora mayor que  le dijo  que la persona que describía era su hija, pero había fallecido hacía unos años. Le enseñó fotografías y el joven confirmó que era la misma muchacha. Cuando fue al cementerio para visitar la  tumba de la mujer,  encontró el abrigo sobre la lápida.

El fantasma de La Cadena

Hay quienes hablan sobre una persona –a veces hacen referencia a una mujer; en otras, a un hombre- que pide transportación en el tramo conocido como la cuesta La Cadena, entre Añasco y Aguada. Entra al automóvil y luego de varias millas, desaparece.