Al entrar por la ancha puerta de metal que sirve como portal para el taller de don José “Che” Flores en el barrio Quebrada Vueltas de Fajardo, es imposible pasar desapercibido el casi palpable espíritu creativo que permea en el laboratorio artístico de quien ha sido por más de 50 años uno de los artesanos y alfareros más importantes de Puerto Rico.

Sin embargo, Che no da por sentado su talento. Este incansable gestor de la cultura puertorriqueña agradece con humildad la oportunidad que ha tenido de ganarse la vida haciendo lo que más le llena: crear belleza estética mientras contribuye a preservar la cultura de Puerto Rico.

“Mucha gente dice que el arte no deja nada, pero eso no es verdad. Yo he tenido la dicha de poder vivir de mi trabajo todos estos años. Eso está en la persona, en cada uno, en el deseo que uno tenga”, asegura Che mientras pinta con dedicada minuciosidad los diseños taínos que adornan un hermoso platillo de barro cocido.

Los diseños de don José se caracterizan por resaltar la imaginería de los aborígenes de Borikén no solo en barro, sino en otros medios que domina como la pintura en acrílico y el tapizado, entre otros.

Pero los principios de Che en el arte de la alfarería no fueron siempre dedicados a preservar la cultura de nuestros antepasados, sino que tuvieron un origen más sencillo.

“Empecé haciendo frutas del país en barro que, aunque nunca las llegué a vender, a la gente les gustaban mucho y me quedaban bien bonitas, no me llenaban”, admite el artesano.

“Me di cuenta de que en esa época lo que el pueblo necesitaba era conocer lo taíno. Había una crisis de identidad y entonces me fui a las cuevas a estudiar los petroglifos y me dediqué a decorar piezas con esos diseños”, explica.

El artista, nacido en el barrio conocido como El Trompito, en Fajardo, pero criado en Puerta de Tierra, en San Juan, indicó que sus memorias artísticas más remotas datan de cuando apenas tenía unos nueve años de edad.

“Desde que tengo uso de razón me gusta la alfarería y el arte. En tercer grado gané una competencia de pintura a nivel nacional y eso como que me dio la fuerza para dedicarme a esto”, cuenta el también profesor de alfarería de la Universidad de Puerto Rico.

El éxito del trabajo artístico de Che en esos primeros años le permitió más adelante crear un estudio donde producía sus piezas de barro que llevaba a las diferentes ferias en la Isla. Las invitaciones a Estados Unidos por parte de organizaciones de puertorriqueños en la nación norteamericana no se hicieron esperar.

“He viajado mucho a Estados Unidos a llevar mi trabajo. La más reciente fue una invitación de la Sociedad de Puertorriqueños de Houston, en Texas, donde me dieron una placa de reconocimiento”, explica don José mientras muestra con orgullo el reconocimiento recibido.

A sus 68 años, y acompañado de su inseparable esposa por 48 años, Minerva, y de su hija mayor, Damaris, Che –que tiene planes de ofrecer clases de alfarería en su taller de Fajardo– asegura que todavía hay mucho que hacer por la cultura puertorriqueña y no pierde la esperanza de que quienes tienen el poder de tomar decisiones en el país les den a la cultura y a la artesanía el respeto y valor que se merecen.

Una impresionante carrera

Es muy probable que, sin saberlo, haya visto el trabajo de Che que adorna anónimamente decenas de lugares públicos y privados por toda la Isla.

Desde los diseños en relieve en el paseo del lado sur del parque Luis Muñoz Rivera, en San Juan, hasta los murales del Quinto Centenario y trofeos del Carnaval Mabó, don José ha tenido la oportunidad de desarrollar trabajos artísticos conmemorando nuestra nacionalidad por comisión del Instituto de Cultura Puertorriqueña y de varios líderes y figuras públicas de renombre mundial.

“Una vez me llamaron de la Casa Blanca porque el presidente (Ronald) Reagan encargó que le hiciera un coquí en cerámica y, a través del Centro Cultural de Puerto Rico, se lo envié. Me dicen que quedó encantado”, cuenta el artista, quien también indica que, sin saber cómo, ha recibido noticias de personas que han visto su trabajo en lugares tan remotos como África.

“Recuerdo también que en el 1972, cuando el gobernador Rafael Hernández Colón ganó por primera vez la Gobernación, me pidió que a través del (Departamento de) Vivienda ofreciera talleres en residenciales. Muchos jóvenes lograron salirse de las calle gracias a esos talleres”, recuerda con mucha satisfacción Che mientras enseña una misiva de agradecimiento con fecha de 1986 y en la que aparece  la firma del ex gobernador Hernández Colón.