París.- Las más sublimes y excitantes fantasías que un ser humano puede concebir, pero también las más tristes y abyectas, dan forma a "Inside", la nueva temporada artística que el Palacio de Tokio inaugura hoy, ideada como una profunda exploración de lo humano.

La muestra termina dejando constancia de que "la salida está en el interior", de la mano del francés Jean-Michel Alberola (1953), una de las raras figuras de la exhibición con más de 40 años, quien pone punto final con la recomendación universal de "Conócete a ti mismo".

El objetivo es "que se entre en el Palais de Tokyo como se entra en uno mismo", explicó, durante una visita previa, el presidente de este enorme espacio dedicado a la creación contemporánea, Jean de Loisy.

Cerca de cuarenta artistas de diferentes continentes, algunos de ellos muy célebres, otros a punto de serlo, aceptaron el reto de participar en esta propuesta que ha metamorfoseado buena parte de los 22.000 metros cuadrados del Palais.

La mayoría trabajó en solitario su parte del recinto, en el corazón del inmenso edificio construido para la Exposición Internacional de 1937, algunos lo hicieron en dúo y otros prefirieron el trío.

Este es el caso del colectivo Numen / For Use, que recibe al visitante desde el techo, donde construyó una espectacular red de canalizaciones tubulares con cintas de embalaje transparente.

"La exposición retoma la idea de todos los recorridos iniciáticos, desde las grutas prehistóricas a los jardines del Renacimiento", comenta De Loisy.

Quien lo desee podrá pasear por esos pasillos tubulares hasta el próximo 11 de enero, pero todo el mundo deberá atravesar ya en tierra una segunda puerta simbólica en forma de bosque.

"Es el de Dante, evidentemente", apunta De Loisy recitando al mismo tiempo el primer poema del primer canto del "Infierno": A mitad del camino de la vida, en una selva oscura me encontraba...".

De cerca, la frondosa selva es de cartón, creada por Eva Jospin, a quien le gusta convertir en obra de arte materiales cotidianos sin valor estético intrínseco.


Al otro lado, suenan las voces de los viejos mineros de Kent, filmados por los londinenses Mikhail Karikis y Uriel Orlow, imitando sobre un paisaje desolado los ruidos de la mina, sus máquinas, el eco de las galerías, el rumor de cientos de hombres trabajando en las profundidades de la Tierra.

Tomada como una metáfora del periplo que se avecina, esta representación mental del mundo subterráneo e invisible constituye una tercera y definitiva entrada en materia, para ir luego de sala en sala, cada vez más lejos.

La ruta atraviesa otros bosques como los fabricados por el ojo ante los garabatos de Marc Couturier; la belleza interior del mundo de Dove Allouche; y la visión casi celular del ser humano lograda por el cineasta y artista italiano Yuri Ancarani con el robot quirúrgico "Da Vinci".

Siguen el brasileño Marcius Galan y su obra ilusionista "Diagonal Section" que permite pasar al otro lado del espejo; la macroinstalación vídeo "Exorcise Me" de la singapuresa Sookoon Ang sobre el universo, las dudas y los miedos adolescentes; o el funesto "Hombre que tose".

Obra, esta última, filmada en 1969 por Christian Boltanski como una terrible metáfora de combate interno que afronta todo ser humano.

En las escaleras que separan los dos pisos de "Inside" reina la crítica íntima y social del artista urbano dran -sin mayúscula inicial-, el "Banksy francés", conocido también por libros como "La télévision" (2005), "Ma ville, je laime" (2005) o "Encore 100 jours et quelques".

No menos inquietante resulta la instalación vídeo del fotógrafo Patrick Jolley (1964-2012) y del videoartista Reynold Reynolds (1966), protagonizada por una vivienda en llamas donde todo es pasto de un fuego cuyos habitantes, absortos en sus actividades cotidianas, parecen ignorar.

La lapidación simbólica de la neoyorquina Andra Ursuta en "Stoner", donde una máquina lanza simulacros de piedras contra un muro de ladrillos rosados del que surgen restos de melenas morenas, recuerda que lo inhumano forma también parte de lo humano.

Un refugio de montaña en cuyo interior llueve a cántaros sugiere con Stéphane Thidet que la serenidad existe en algún lugar, no siempre donde se busca.