Elegí aguantar. 

Sentía que la cesárea era "artificial" y que el parto convencional era "natural", y yo quería que mi hijo llegara "naturalmente" al mundo. Así fueron pasando las horas: con un dolor salvaje, pero sin otras novedades. El útero no se dilataba -parece que eso es cada vez más usual, y que se debe al estrés- y por esa razón no se podía ir a la sala de partos. Hasta que, ya entrada la mañana y luego de una noche entera gritando en una camilla, la partera se acercó y habló conmigo.

-Tenemos que ir a cesárea -dijo.

-¿Por qué? -dije llorando-. En el campo los bebés nacen sin cesárea.

-En el campo -respondió la partera- los bebés también mueren.

Eso fue suficiente. Me clavaron una aguja inmensa que -tal era el calambre de mis contracciones- ni siquiera sentí adentro de mi cuerpo. Luego tuve de inmediato mi cesárea. Y tuve un posparto difícil pues debí soportar los dolores musculares de seis horas de contracciones, más el dolor de la sutura por el corte. Desde entonces -y pasaron casi nueve años- me pregunto cada tanto por qué me empeñé en parir con dolor. Y lo hago con la sospecha de que la respuesta no habla solo de mí sino de una sociedad, y de una historia, y de un modo extraño de leer, desde el presente, ese mandato bíblico que habla de alumbrar y sufrir al mismo tiempo.

Cada vez se habla más de volver al parto "humanizado": una forma de dar a luz que le da al dolor un valor terapéutico y simbólico, y en la que se respetan los derechos del paciente a la hora de parir (en qué posición quiere hacerlo, si quiere o no anestesia, en compañía de quién quiere estar), pero que en los hechos, más allá de la sensatez y la relevancia del planteo de origen, terminó dando lugar a una serie de discursos moralizantes sobre las mujeres y el padecimiento. 

Dicho de otro modo, la que no quiere sufrir y atender a "los tiempos del cuerpo" -por miedo, por agotamiento, por nervios- y elige agendar una cirugía, puede llegar a ser tachada de desaprensiva o, peor aún, de ingenua traicionera de su propia especie: la que opta por una cesárea sin la necesidad clínica de hacerlo. Es cierto que la cesárea puede ser un negocio aun cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que la tasa de cesáreas no supere el 17 por ciento de los nacimientos.   Pero, si se hace el ejercicio de ir al otro extremo, también es cierto que promover radicalmente el parto "humanizado" -sugiriendo que la felicidad o el bienestar de un recién nacido entran en juego en estos casos-, puede ser una demanda culpabilizante para las mujeres que no lo eligen y puede también ser una exigencia. 

Pensé en esto días atrás, cuando vi un programa sobre partos en la señal Home&Health. En el envío, una chica embarazada se retorcía en gritos y pedía una anestesia mientras que una partera le respondía: "Voy a prepararte un buen baño". "No quiero un baño, ¡quiero anestesia!", gritaba la embarazada, mientras el equipo médico le hablaba de "serenarse" con una piedad casi vicarial. Acto seguido, el documental mostró un fragmento de entrevista donde la partera destacaba la importancia de que las mujeres nos conectemos con nuestro cuerpo durante el parto, y luego de eso se vio la escena de la embarazada entrando a la bendita bañera.

En algún momento el bebé nació y todos se vieron más o menos felices -digo "más o menos" porque la embarazada sólo quería dormir-, pero la imagen de la bañera quedó gravitando en mí como una nube cargada de elementos complejos. ¿En qué medida, hoy, el parto natural es la vía más artificial de tener un hijo? Si bien no tengo respuesta -seguramente no la haya- empiezo a tener una urgencia por hacer esta pregunta. Y, tal vez, por eso escribo.

Cada vez se habla más de volver al parto "humanizado": una forma de dar a luz que le da al dolor un valor terapéutico y simbólico, y en la que se respetan los derechos del paciente a la hora de parir (...), pero que en los hechos, más allá de la sensatez y la relevancia del planteo de origen, terminó dando lugar a una serie de discursos moralizantes sobre las mujeres y el padecimiento.


Josefina Licitra, autora, es periodista del diario El Mercurio en Chile