He escuchado cuando le dicen a las embarazadas “prepárate para cuando nazca, que ahí es que empieza lo bueno”, como presagio de lo que te viene encima es un problema bien grande. Y la realidad es que lo que comienza es un cambio de vida que tú vas a ir comprendiendo poco a poco. Pero hay dos cosas que no he escuchado que se repitan mucho: que vas a cargar con una mudanza para salir y que te conviertes en malabarista.

Y es que prácticamente sales con una mudanza de tu casa cuando vas a la calle con tu retoño. Crees que todo te va a hacer falta. Y aunque ya no cargo tanto, admito que fui muy motetera cuando mis nenas estaban más chiquitas. Aún lucho para evitar caer en cargar con cosas que lo que hacen es pasear conmigo.

Cuando nació Shamy, como primeriza al fin, salía con el bulto que iba a reventar. Cargaba con cerca de 10 pañales, varias mudas de ropa, tres sabanitas de las finitas, (sí, tres por si se me caía una al piso y otra se ensuciaba con leche) y juguetitos. También llevaba medicamentos como: analgésico en caso de que le fuera a dar una fiebre, crema por si la picaba un mosquito y toallitas de alcohol para desinfectar. ¡Ese bulto iba preña’o!

Cargar con esa “mudanza” me hacía sentir segura. A medida que la familia fue creciendo y por ende, adquirí más experiencia y destrezas, fui bajando la cantidad de cosas que iban en el bulto. Pero jamás he dejado ser una motetera.

Lo que me da gracia es que nunca me dio con razonar que si un niño usa 10 pañales en un periodo de dos horas, hay que ir llamar al pediatra o ir al hospital porque algo no anda bien.

Y ni hablar de lo complicado que es cargar el bebe y el mega bulto, aprendes a balancearte a la mala.

Desarrollas habilidades de malabaristas, es como si con el nacimiento del bebé, la naturaleza te regalara un par de brazos y piernas. Cuando tenía solo a Shamy y a Ilé lo manejé de lo más bien, pero cuando nació Gi, entonces sí que me convertí en una experta haciendo cosas con una sola mano y hasta agarrando cosas del piso con el pie. Como si fuera una monita.

Recuerdo que en una ocasión dormí las tres nenas, las grandes se quedaron dormidas juntas, pero la chiquita se acostó encima de mí. Solo los padres saben que cuando logramos dormir los niños, evitamos hasta que se caiga un alfiler para que no se levanten. Pues esa tarde, se me había quedado el celular en la mesita y no lo alcanzaba y para colmo, no estaba vibrando. Bastaron tres timbrazos para que me estiré como toda una gimnasta, y logré tocarlo para que dejara de sonar. Afortunadamente, ninguna se levantó, pero mi espalda lo sintió.

Así que en definitiva cargamos como exploradores y desarrollamos habilidades de malabarista.