Con una lustrosa trenza adornando su cabello negro, Jennifer Ayala López se ve mucho más joven que sus 29 años. Sin embargo, en sus ojos se empoza la tristeza de una madre que no puede ver a sus hijos y, ahora, lleva un embarazo tras las rejas.

En un hogar intermedio con 36 reclusas o “residentes” como las define el sistema penitenciario del país, habla con timidez mientras acaricia su vientre, donde gesta a una nena que se llamará Reytcher Yalyz. Se aferra a ella mientras piensa en sus otros pequeños (dos varones de 10 y cinco años y una niña de tres añitos); todos lejos de su alcance pero siempre presentes en su memoria, de cara al Día de las Madres.

(wandaliz.vega@gfrmedia.com)
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Jennifer llora al recordar a sus hijos. “Es bien difícil, no los veo desde hace tres años”, suspira. “Quiero hacerlo todo bien para que vuelvan conmigo... cuando salga en noviembre, voy a pedir visitas y poco a poco sé que los volveré a tener”.

Lo más duro ha sido perderse los cumpleaños, navidades y el Día de Reyes. El no poder verlos crecer y jugar le cala hondo en la mente y se ha deprimido, pero ahora está enfocada en volver a empezar.

“Quiero renovarme completa y aprender de todo esto. Cuando salga no pensaré en mí, pensaré en ellos y buscaré ayuda psicológica para que nos ayuden”, promete.

La mujer, quien estaba en probatoria por violencia doméstica luego de una tormentosa relación con su expareja y padre de sus hijos, estaba libre bajo fianza pero cayó presa en marzo por no poder pagar la deuda de pensión alimenticia que le impuso el tribunal, pese a trabajar y ahorrar lo más que pudo. 

“No pude pagar la deuda de Asume. La técnica (sociopenal) me dijo que me iban a revocar (la probatoria) y ahora estoy aquí”.

Pasó por el Centro de Ingreso y Rehabilitación para Mujeres y Jóvenes Adultas en Salinas, por la Cárcel de Mujeres en Vega Alta y luego entró al Hogar Intermedio para Mujeres, en Puerta de Tierra, con cuatro meses de embarazo con su nuevo compañero. 

(wandaliz.vega@gfrmedia.com)
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“Me ha apoyado en todo... es bueno, no bebe, no fuma, no tiene tatuajes y viene de familia cristiana”, dice con una sonrisa. “No tengo nada malo que decir de él”.

Su bebita en camino la llena de ilusión. “Le hablo, le canto, le leo como toda madre... cuando estoy triste y se pone inquieta la sobo, le hablo y a veces hasta me desahogo con ella”, confiesa.

Los días de Jennifer pasan entre terapias, clases de repostería y costura y compartir con sus compañeras. “Cuando me pongo triste, me dicen ‘vamos a caminar por ahí’ y me hablan y aconsejan mucho. Sin ellas no sé qué me haría, y tengo que agradecerle a Dios por mi técnica sociopenal”, asegura.

Este Día de las Madres lo pasará nuevamente sola, pero asegura haber aprendido la lección. “Para estar bien afuera, tengo que estar bien yo. Esa es mi meta y voy a estar bien. Sé que vamos a estar bien”.