Educar bien a nuestros hijos es uno de los propósitos más loables de todo padre, pero a veces decimos cosas pensando que les haremos bien o los impulsaremos a mejorar cuando, en realidad, les estamos mandando un mensaje lleno de negatividad.

Desde el famoso “¿por qué no puedes ser como tu hermano?” hasta cuando la nena llega con un 82 a la casa y preguntas por qué no sacó 100, poco a poco vamos minando su autoestima o no nos percatamos del esfuerzo que están haciendo, poniendo la lupa sobre lo que les falta en lugar de lo que han logrado.

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¿Qué dices, y qué oyen ellos? Sigue leyendo.

1. “¿Te vas a comer todo ese postre?”: Cualquier mención a los hábitos alimenticios debe restringirse a buscar que coman sano, no a hacerlos sentir mal. Por ejemplo, si tienes la casa llena de galletas, lógicamente van a querer comerlas. Por otro lado, si les hablas de buena nutrición mientras estás tirado en el sofá comiendo papitas, obviamente mandas un mensaje mixto. Enséñales a ejercitarse, a comer saludable y, cuando llegue el inevitable momento de comerse un dulce o una segunda rebanada de bizcocho, déjalos. Nada va a pasar por que lo hagan de vez en cuando.

2. “Es que tu nunca…”: Desde limpiar el cuarto o pasear al perro, esas frases se sienten como una acusación. Si tu hijo falla en llamarte cuando va a llegar tarde (lo que le paraliza el corazón a cualquier padre) procura hablarlo de manera calmada e imponer reglas. Si le dices que “siempre”o “nunca” hace algo que esperas de él, lo va a tomar como su realidad y, si vuelve a hacerlo, pues no le va a importar porque cree que no esperas nada mejor de él.

3. “Eso te pasa por no estudiar”: Tu hija se colgó por no prepararse para el examen, y la realidad es que pudo haberse prevenido con más lectura o práctica. No es momento de asignar culpas (a menos que ya se haya convertido en una costumbre) sino de encontrar tácticas para evitarlo. Si le gusta mucho estar jugando con el teléfono, establece límites; si no puede dejar la televisión quieta, pon un horario. Debe entender que primero lo primero y sus estudios son prioridad.

4. “Te va a ir bien”. ¿Eres mago para saber eso? Esas frases genéricas que buscan aliviar ansiedades realmente lo que hacen es descartar el sentimiento del niño. Si está preocupado, en vez de tratar de “resolverle” la preocupación, escucha qué le preocupa, por qué y pregúntale qué puede hacer para remediarlo. Esto va desde audiciones hasta exámenes, desde primeras citas hasta prácticas deportivas. Dales impulso, pero escucha sus preocupaciones.

5. “No me gusta ese nene…”: Puede ser que no compagines con la forma de ser de algún amigo de tus hijos, pero si es su amigo es por algo. Obviamente no quieres que se unan a malas juntas pero hablar mal de un amigo solo hará que tu hijo lo defienda, o incluso se apegue más. Mantén abiertas las líneas de comunicación y al tanto de lo que hacen juntos, y si hay algo que te preocupa déjaselo saber con tacto. 

6. “Deja, yo te ayudo”: Hay cosas que los niños deben aprender por sí mismos, y equivocarse es parte de ese aprendizaje. Si es una tarea que debería poder manejar solo –pasar el rastrillo, recoger el closet, lavar sus platos- déjalo que lo haga a su manera. Que no haga un trabajo como tu esperas no significa que no haya hecho lo mejor que pudo, y eso es lo que debes ver. Déjalo experimentar, probar, intentar e intervén si te necesita, pero no para terminar más rápido o que se “vea mejor”. 

Fuente: Woman’s Day