En 1999, estando en la universidad, Christopher Willard congeló sus estudios mientras pasaba por una crisis. En esa época fue a un retiro del monje budista Thích Nhat Hanh y escuchó por primera vez sobre mindfulness, una técnica que potencia el estar en el aquí y ahora, conscientes de uno mismo y de lo que nos rodea.

"Cambió mi vida, y pasé de ser un joven confundido a darme cuenta de que había más espacio en mi mente para entender mis emociones, concentrarme más efectivamente, aumentar mi creatividad y sentir que la vida en general tenía más sentido".

Tras ese episodio, Willard volvió a estudiar y se tituló de profesor de educación diferencial y psicólogo. Se dedicó a trabajar con niños implementando mindfulness, que él define como "la práctica de prestar atención al momento presente, con aceptación y sin juzgar".

Ha escrito tres libros, enseña en Harvard y recientemente estuvo en Chile para dictar un taller de formación a padres y profesores en la aplicación de la técnica. La meditación, y específicamente el mindfulness, son técnicas que han ido ganando cada vez más adeptos en el mundo científico. Son varios los estudios y universidades internacionales que avalan sus resultados.

Este año, por ejemplo, Sara Lazar, neurocientífica de la escuela de medicina de Harvard, lanzó una investigación que demuestra que estas prácticas pueden literalmente cambiar el cerebro: entre otras cosas, descubrió que las personas que habían aprendido meditación habían engrosado regiones del cerebro como el hipocampo izquierdo, que ayuda al aprendizaje y a la regulación emocional.

En un grupo que pasó por un programa de mindfulness para reducir el estrés se achicó la amígdala, relevante para la ansiedad. Este concepto del aquí y ahora resulta especialmente relevante en nuestra época. "La tecnología le hace daño a nuestra capacidad de atención, nos hace menos inteligentes emocionalmente y menos pacientes", postula Willard.

"El Mindfulness puede ayudar con todas esas cosas. Si sé cómo se siente estar aburrido o enojado, sabré reconocer esa emoción y elegir otra cosa que hacer en vez de meterme en problemas o en drogas", explicó.

En tres minutos

No se requieren largos periodos de concentración, aunque mientras más se practique, mejores resultados se tendrán. Pueden ser tres minutos o incluso 30 segundos. "Una forma simple de trabajarlo es hacer una pausa de vez en cuando y preguntarnos qué estamos haciendo y cómo sabemos que lo estamos haciendo", dice Willard. "¿Cómo sé que estoy sentado aquí? Puedo sentir la silla debajo de mí, el aire en mi mejilla. Eso nos trae al momento presente, y prestamos atención a lo que está aquí. No solo me sirve para apreciar mejor las cosas, también nos permite estar más pendientes de lo que podría ser un problema o peligro. Si no presto atención cuando cruzo la calle, me van a atropellar".

El experto establece la diferencia con la meditación tradicional: "Cuando nos concentramos en nuestra respiración, pronto nuestra mente empieza a deambular. Tradicionalmente, tratamos de traerla de vuelta. Con mindfulness, además de hacer eso, nos fijamos en adónde se va nuestra mente. ¿En qué pensamos, qué nos preocupa o entristece? ¿Qué podemos hacer al respecto? Facilita practicar la autocompasión. En vez de decir 'soy un idiota, me distraje', puedo tomarme un momento para entender que así es como funciona mi mente. Si soy gentil conmigo mismo en ese contexto, puedo serlo cuando cometa un error más grande".

En los niños, estas técnicas de meditación pueden mejorar, entre otras cosas, la concentración, la hiperactividad y, particularmente, el déficit de atención. Se puede empezar a trabajar con niños desde los tres años, con ejercicios diseñados especialmente para ellos, explica Willard. "Si siento a un niño por media hora a concentrarse en su respiración, se va a aburrir y va a terminar odiándolo. La idea es hacer prácticas pequeñas y divertidas, aplicarlo a los momentos de juegos, el deporte, incluso la hora de comida".

Un ejemplo dado por el experto es una práctica básica de respiración. "Algo que hago es decirle que se imaginen que están sosteniendo un plato de sopa, y que respiren como si la estuvieran oliendo, y luego exhalen como si la estuvieran soplando para enfriarla. Es una experiencia familiar para niños, porque todos saben cómo es tomar sopa, y así empiezan a prestar atención a su respiración y pueden controlarla para sentirse mejor".

Las técnicas de meditación infantil resultan muy eficaces en el contexto escolar. Willard asesora a colegios en todo Estados Unidos y ha visto buenos resultados. "Lo mejor es tener varias prácticas cortas durante el día. Por ejemplo, antes de una prueba, en la clase de gimnasia, cuando vuelven del recreo para que se calmen. Un par de minutos cada vez, en vez de un tiempo largo, puede ser muy valioso", sostiene.