Inocencia y experiencia son dos conceptos que parecen muy distantes. Sin embargo, en días recientes, este fue el junte inusual que se logró en la Égida del Maestro, en Hato Rey, cuando un grupo de niños de la escuela vecina, el Colegio La Merced, compartió con los ancianos que allí residen el proyecto escolar de crear un cuento.

Las reuniones fueron una iniciativa de la maestra de kínder, Maribelle Rivera Centeno, como parte de sus clases de lectura y escritura.

“Se me ocurrió usar a los abuelitos para la tarea, ya que muchos son maestros retirados y tienen (el) conocimiento. Como yo le hablo mucho a los niños sobre las personas mayores, ellos se emocionaron”, contó la educadora.

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La administradora del hogar, Mildred Valentín, aceptó inmediatamente la propuesta. Sabe que la alegría infantil siempre es una inyección de bienestar para los viejos, que siempre agradecen tener compañía.

“Ellos se vuelven locos cuando hay juventud”, mencionó la mujer a cargo de la operación del espacio que alberga a 114 ancianos, de los cuales la mitad son educadores retirados.

Muchos de ellos cuentan con una buena red de apoyo, pero en la comunidad también hay quienes tienen a su familia muy lejos o carecen de esos lazos de intimidad. Por lo tanto, recibir las visitas, especialmente de niños deseosos de aprender y jugar, significa mucho en la vida de las personas en la edad dorada.

El primer día que los pequeños visitaron el hogar se acercaron espontáneamente a las mesas donde los esperaba el grupo de residentes para darles los buenos días, tal como su maestra les había enseñado. Pero además del saludo, muchos de los niños ofrecieron besos y abrazos como muestra de cariño.

Previo a la visita, Martínez abordó con los estudiantes sobre el tema del respeto que merecen las personas mayores porque cree necesario contrarrestar la connotación negativa que a menudo se presenta en los dibujos animados y las películas sobre la vejez.

“En los cuentos tú ves que los malos y las brujas están arrugados. Eso a veces crea miedo en los niños y no quieren saludar por temor. Yo les he enseñado que las arrugas son de amor, que la piel se pone así porque ellos han vivido muchos años y han amado mucho”, dijo la maestra.

A los estudiantes no se les asignó compañía específica, sino que ellos mismos se fueron juntando espontáneamente con los mayores. En el salón de clases habían definido las ideas para sus historias y a medida que fluía la conversación empezaron a compartirlas con los viejos para que ellos les ayudaran a darle forma.

Varios residentes de la égida revivieron memorias de la infancia de sus propios nietos o de la dinámica en el salón de clases durante sus años en el magisterio. Algunos, como Ladi Quiñones, de 76 años, elogiaron los buenos modales y simpatía de los menores.

“Me gustan mucho los niños. Son inteligentes y bien cariñosos”, destacó la mujer, quien además de ayudante de maestra de kínder fue enfermera.

Ramonita Dones, una mujer sonriente y de mirada risueña, estaba contenta por estar rodeada del alboroto infantil. Dijo que le encantan los niños “porque tienen la mente clara, nos entretienen y, si son cariñosos, mejor todavía”.

Sobre las mesas, había papeles blancos que los niños fueron llenando de dibujos y pequeños relatos. Princesas, animales, dinosaurios y superhéroes se encontraban entre los temas principales. También hubo historias de dragones, como la que escribió Mateo Léctora Novoa, con la ayuda de su “abuelito” Néstor Rivera Mercado, de 87 años.

“Esto nos encanta. Yo fui maestro, principal, supervisor. Toda la vida he trabajado con niños y con maestros”, destacó el hombre, al resaltar que los menores “se expresan muy bien para su edad y saben demasiado”.

Pero los niños también tuvieron una buena impresión de los mayores. “Amamos a los abuelos. Ellos son cariñosos también”, aseguró Fabiola Cristina Ramos Vega.

La experiencia con los niños del Colegio La Merced agradó tanto a la administración de la égida, que la administradora piensa proponer algún tipo de alianza para realizar actividades similares con mayor frecuencia.

“Con momentos como este los envejecientes se olvidan de la soledad, de que les duele la cabeza, de la artritis o la lata presión. La integración ha sido maravillosa”, puntualizó Valentín.

Violeta Ortiz se confunde en un abrazo con la maestra retirada Teresa Colón.  (wandaliz.vega@gfrmedia.com)

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Doña Leni Martínez ayuda a Yomairys J. Navarro a terminar su tarea. (wandaliz.vega@gfrmedia.com)

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 Néstor Rivera Mercado, de 87 años, ayuda a Kelvin Hernánez. (wandaliz.vega@gfrmedia.com)