No  hay  más  tareas escolares para  la  casa.  De ser  cierta  esta   afirmación,  muchos  padres,   madres y  estudiantes emprenderían   una  nueva  vida  social y familiar  en las que habría   espacio  para  los  juegos, la  comunicación, el deporte y el  desarrollo  de   diferentes   actividades  en familia. En fin,  de  ser niños  y  padres.

 Sin embargo, este  panorama  suena utópico  cuando  se  contrasta  con la realidad de la mayoría  de  los  hogares en Puerto  Rico  y  en otras  partes  del mundo.  Y  es que   en  muchas  ocasiones, desde  que  un  estudiante  traspasa  la puerta  de los  grados primarios en una  escuela,    es  bombardeado con múltiples  asignaciones  para  el hogar que   representan largas horas de estudio que  hasta limitan    el   sueño.

A eso se  suma  un hogar en el que  se  vive  con  estrés  continúo ante  la responsabilidad de cumplir  con las  exigencias escolares. 

“Si contamos desde que  un estudiante  sale  de  la  casa hacia la  escuela, donde  además  está  en estudios supervisados o  tutorías,  y encima  de  eso  tiene que  llegar a  la  casa a  dedicarles  tres a  cuatro horas   más de  estudio estamos   hablando  de  más  de  12   horas diarias  donde  ese  niño está  trabajando más   que  hasta  los  adultos. Las  madres también llegan  agotadas de sus  trabajos para ponerse a  estudiar  con los  niños, cocinar   y  hacer otras  tareas... Lo que  vemos  es  a  niños  con niveles  de  estrés  alarmantes y  familias con problemas”,  indica  la patóloga del habla Nellie Torres, quien lleva      35 años trabajando   en la Isla con la niñez y adultez con algún desorden de comunicación, que  incluye no  hablar,  escribir o no leer.

 A  diario, la  directora  del  Instituto Fonemi  de  Puerto Rico  se  topa  con  situaciones  como  éstas en las  que  al estudiante  se le  exige  más  en el hogar  que  hasta  en el mismo  salón.

Torres  coincide  con  la  reciente  determinación  realizada por  un grupo  de  padres  y  profesores   de escuelas primarias  en  el estado  de Vermont,  que  han  eliminando las tareas para  el  hogar  para que los niños tengan más tiempo de jugar, leer,  dormir, hacer deportes  y estar   con su  familia.

 Según trascendió  en los  medios  estadounidenses,  Steven Geis, presidente de la Asociación Nacional de Directores de Escuelas Primarias en Estados Unidos levantó un alerta  sobre el movimiento  de  padres que  se  han quejado del exceso de tareas  escolares, porque  en vez  de  instrumento de  aprendizaje  se  ha convertido en una  herramienta  de  ansiedad  para   los menores.

 De  hecho, en  Vermont, otros   profesores de  escuela  han comenzado a  revisar  las  tareas en los  currículos.

 Una  asignación válida

La patóloga del habla   aclaró que  en lo que  sí  está de  acuerdo es que  se impartan   asignaciones a  niños rezagados en alguna materia, tipo  repaso,  y  que  el  tiempo no  exceda los 30  a  45 minutos diarios.

 De acuerdo a  la  profesional, a  los seis  años el  cerebro  de  un niño no  se  ha desarrollado  por  completo, por  lo que   invadir  la  mente  con tanto material  académico puede  ser  contraproducente  en  todos los  sentidos.

  “¿Qué  tiempo  tiene el  niño para  ser  niño?   En la  casa  ni  siquiera  socializa. Tenemos    niños  sedentarios y  confinados a   una  silla, si necesita estudiar  cinco  horas   en su  casa  para  poder   cumplir  con el colegio. Definitivamente hay que cambiar   la escuela  a   una  que  no le  exija  tanto.   La  felicidad  del niño  es  más  importante   que la   ejecución  académica  adecuada”, subraya la  patóloga del habla. 

   La  maestra Li Abneli Rivera,  de la  escuela pública  Pedro Fernández  en Naranjito,  está   a  favor  de eliminar las  tareas escolares. Su planteamiento estriba  en que   el maestro  debe definir primero el objetivo  de  las  asignaciones  y  qué  se  percibe con  las mismas.

 “Lo primero es  saber qué  se percibe  con esa tarea. ¿Es aplicar conocimiento adquirido en el proceso de enseñanza aprendizaje desarrollado en el salón?  O, simplemente, a la hora de la verdad, sólo  me sirvió de un criterio más para medir la responsabilidad de los estudiantes o de los padres. También hay  que preguntarse: ¿los resultados de la misma me permitieron evidenciar que se cumplió con el objetivo trazado?”,  cuestiona  la maestra  de Educación Física con 14  años  en el magisterio.

 En esa misma  línea,   Rivera advierte  que no  hay  una   garantía  de que esa tarea haya sido hecha  por  el  estudiante.

“¿Qué garantías hay si  se  pierde  la  confiabilidad  del resultado? Para  que  un estudiante   sepa sumar dos más dos no  hay  que  saber y  darle 20  ejercicios  de  suma”, añade Rivera,  que  como  maestra  de  Educación Física  ha  sido testigo  de cómo los  estudiantes  no practican  deportes  ante  la falta  de  tiempo, ya  que  están inmersos en asignaciones.

Exigencias de un currículo

Por su  parte, la maestra  Yanira Berríos,  compañera  de Rivera  en la  escuela  Pedro  Fernández de Naranjito, defiende    la administración  de tareas  escolares en   el hogar. Aunque de  entrada   reconoce  que el   ideal  sería   no  dar  asignaciones   para  que los  padres  compartan con los  hijos, afirma  que muchos maestros lo  hacen para  poder  cumplir con las  exigencias del Departamento  de  Educación.

“El problema  en sí  es el currículo impuesto por  el Departamento de Educación, que  es  más  de  competencia que  de  aprendizaje. Si  hicieran un currículo  en el que  la mayoría de las destrezas o  conceptos tuviesen tareas que se  puedan hacer en el salón, el   estudiante  podría disfrutar más  de su niñez  y  sería un niño más feliz. Para  crear  ese  balance  entre  una  buena  tarea  y que los padres se comprometan hago  proyectos o  tareas  que  involucren a  toda  la familia”, concluye  la maestra  de  segundo grado  con 17  años en el magisterio.