En los momentos duros y difíciles es que se prueba la buena fe y la bondad de los seres humanos. Qué triste que sea justo cuando más se necesita, que solo le demos paso al corazón a actuar. Esto valida cuán egoístas podemos llegar a ser entre nosotros mismos. No hay nada más gratificante que servir al prójimo, ayudar al que lo necesita y dar de lo mucho y lo poco que tenemos, sin importar las circunstancias por las que estemos atravesando. La sensación que se nos queda en el alma es algo muy especial. Es que cuando ayudas a los demás te das cuenta del privilegio tan grande que es sentir que estás en comunión directa con Dios y su palabra.

¡Imagínate qué momento y qué gran oportunidad cuando se hace con el corazón! Entonces me pregunto: ¿Por qué esperamos al peor momento para esta gran oportunidad de servir a los demás? 

En días como estos en los que la naturaleza desborda su poderoso esplendor y fuerza, es que cosas extraordinarias ocurren; vecinos se conocen, familiares se buscan y se llaman, hijos y padres se reencuentran y mucho de lo inesperado se convierte en un hecho. 

Lo que es inexplicable es por qué hay que esperar a que lo peor o lo difícil ocurra para trabajar por un mejor entorno. Cuando cosas como la presencia de un fenómeno natural están por ocurrir, es cuando más nos aferramos a lo espiritual en busca de protección y salvación. Eso no está mal, pero ¿se imaginan si ese temor a lo poderoso estuviera todos los días? Estoy segura que estuviéramos viviendo en un mundo más sensato con la capacidad de amar en su máxima expresión.

Demostremos hoy día lo capaces que somos de dar a nuestro prójimo sin esperar nada a cambio. Valoremos lo que tenemos y lo que no tenemos. Demos gracias todos los días, respetemos la vida ajena.

 Amémonos en todos los escenarios posibles. Ayudemos, no importa la circunstancias. Reforcemos nuestra fe todos los días. Solo imaginarlo me hace suspirar y creer que no todo está perdido. 

En realidad no es tanto lo que hay que hacer, simplemente liberar el corazón rompiendo las cadenas que nos atan, que nos hacen creer que somos absolutos e indiferentes al dolor y la necesidad. 

La naturaleza es tan perfecta que hasta eso corrige. Nos lleva al extremo para demostrarnos quién manda y cuan pequeños somos ante su poder. Escuchémosla y respetémosla siempre. 

Dios nos bendiga y nos proteja siempre.