“La gratitud no es solo una de las mayores virtudes, sino la madre de todas las demás” -Marcus Cicero

Esta magistral frase sobre la gratitud define claramente mi filosofía de vida. Ser agradecido es una bendición, es una virtud que admiramos en el carácter de los demás, es algo que se lleva en el corazón.

En mi casa me enseñaron, como parte de los valores de la vida, a ser agradecida con todo, sin importar si lo que recibía era mucho o poco (y no me refiero a lo material). Fue tanta la enseñanza que recibí de mis padres, que hoy día, la gratitud es parte fundamental de mi existencia.

Ver como ciertas personas viven sin agradecer me causa gran dolor, a tal nivel, que descubrir un malagradecido en mi entorno es suficiente motivo para descartarlo como amigo. 

¡Es que no se puede ir por la vida viviendo de esa manera! Utilizar a la gente como si fueran desechables para alcanzar objetivos no es una virtud o una capacidad. ¡Es una desfachatez!

En un principio, el malagradecido podrá lograr su propósito y dar tres pasos adelante, pero se le olvida un gran detalle, lo que deja en el corazón de quien le ayudó.

Lo cierto es que, en todos los escenarios de la vida, nos topamos de cerca de un malagradecido, ya sea en la familia, en el trabajo, en los negocios y hasta compartiendo alegrías y diversión. 

Creo firmemente que ayudar a otros merece ser valorado. Ayudar no es una obligación, es una decisión. Desaprovecharla es una pena incalculable.

Para asumir esta postura es importante estar claro de que no debemos dar esperando recibir. Esto no se trata de recibir algo a cambio, sino de agradecer por algo.

Es la sabia manera de valorar lo que hacen por uno. La mejor parte de todo es que no cuesta nada. Es ahí precisamente donde se me hace difícil comprender el por qué dejamos de tener gratitud.

¿Cuánto nos cuesta agradecer la lealtad, el respeto, el amor o el cariño? Cualquiera de estos sentimientos son muestras, más que suficientes, de cómo podemos agradecer a quien hace algo bueno por uno. Es reconocer a esa persona y expresarle nuestro aprecio cuando se recibe un gesto de amor. 

Es triste que en ocasiones la lealtad, el respeto y el amor se conviertan en dolor para la persona que los da y se pretenda destruir su camino. 

A ti, que has recibido tanto de la vida, ¡sé agradecido! No permitas que nada ni nadie cambie tu percepción acerca de la persona que te dio la mano en un momento de tu vida. 

¡No le envíes una canasta de basura a quien te ha enviado una cesta de flores! Esa ausencia de gratitud deja al descubierto de qué estamos hecho. Nos demuestra lo malagradecido y cobarde que puede ser un ser humano ante la empatía del que otorga.

Ser agradecido está muy lejos de envidiar a quien te ayudó, esa persona tuvo la buena fe de darte de lo que tiene y no de lo que le sobra.

Te invito a que luches por lo tuyo con agradecimiento y que no pretendas ir por la vida haciendo el mal a otros porque, haciendo el bien, puedes tener el doble.

No hables mal de quien te ayuda solo por cubrir tus fechorías y tu maldad. Tarde o temprano todo se sabe. No rompas cadenas de buena fe que tanta falta hacen. De lo contrario, no esperes rosas cuando lo que tienes a cambio son espinas.

No me cabe la menor duda que vivimos en un mundo duro, cruel y difícil por la falta de agradecimiento. Por ser tan indiferentes a los valores básicos es que sufrimos de tanta maldad y desprecio a la vida. 

¡Qué pena que unos seamos capaces de vivir agradecidos y otros vivan recogiendo para su beneficio y haciendo el mal!

Agradecer es un asunto de conciencia. Esa conciencia que el ser humano posee sobre sí mismo y de la que nunca se podrá escapar. Esa que te da armonía y bienestar cuando haces las cosas bien.

¡Hasta la próxima!