¿Qué es verdaderamente importante para vivir en paz y tranquilidad? Esa podría ser una de las preguntas que nos hagamos todos para alcanzar un nivel de vida saludable. 

En los pasados días me tocó hacer un alto forzado en mi estilo de vida. Confirmé lo poderosa que es la mente y que todo lo que somos (bueno o malo), sin duda, sale de ahí. Por eso debemos respetarla, obedecerla y cuidarla.

Hasta ayer creía que decir siempre sí me hacia mejor persona; que complacer y sorprender con alegrías, sorpresas y regalar la mejor sonrisa para otros era gratificante y me hacía querida. 

Que enmendar y aclarar el daño infundado por otros que no te quieren bien te garantizaba amigos y cuentas claras. Que nunca ausentarme del trabajo me hacía una empleada responsable y me aseguraba mi fuente primaria de ingreso. 

Que mis clientes del negocio estuvieran satisfechos al 100% y que nada faltara para su funcionamiento era símbolo de éxito y progreso. Que asumir el compromiso de distribuir mis productos a través de la Isla y visitar cada pueblo donde están, me auguraba crecimiento y me hacía ganar el respeto de los grandes. 

Que ser comprensiva y permisiva con los empleados me hacía mejor jefa. 

Que vivir con las cuentas al día y pagar responsablemente mis deudas me convertía en un cliente excelente. 

Que la casa estuviera limpia y organizada, la ropa lavada, planchada y la comida al día, me otorgaba el título de buena ama de casa y esposa (o por lo menos cumplidora de lo básico). 

Que a mis hijas no les faltara nada y que en medio de sus vacaciones se entretuvieran como recompensa a su extraordinario desempeño escolar y estuvieran feliz, me hacía creer que era una súper mamá. 

Esto y muchas cosas más, en casi 19 horas al día, los siete días a la semana, me hicieron hacer un alto y preguntarme: Y yo... ¿dónde estoy en todo esto?.

Me di cuenta que todo esto es bello y perfecto mientras cumplas y no falles. Pero también me di cuenta cuánto daño me estaba haciendo sobrecargando mi cuerpo y mente en preocupaciones y presiones que hacían feliz a muchos, mientras que a mí me cortaban hasta la respiración. 

Así que desde hoy decidí pensar en mi primero. Desde hoy, todo tendrá un orden de prioridades y aprenderé a decir no. 

Es hora de comenzar nuevamente a respirar profundo y ser feliz. No quiero cargas que no me pertenezcan. Soy la que soy, amparada en verdad, amor y fe en un Dios vivo que todo lo ve. Adiós a todo lo tóxico, a todo lo que me hace daño.

A ti, que vas por la vida de prisa, ¡deténte! Ámate, vive, disfruta de lo simple, de lo verdaderamente importante: tú y los tuyos. 

La vida pasa muy rápido y nos pasa factura. Hay que tener y seguir un orden de prioridades para poder decir: ¡Estamos vivas!