Siempre me pregunto qué cosas quiero de la vida. ¿Tengo todo lo que quiero?

Si me pusiera a enumerar cada cosa que quisiera tener en esta vida, no acabaría nunca. El ser humano es egoísta por naturaleza y, además, nos han enseñado a que tener más es símbolo de bienestar, poder y felicidad. 

Así que yo, para ser feliz, quiero una casa más grande, con muchas habitaciones (dos de esas habitaciones para zapatos y otra para mucha ropa), que la decoración sea impresionante, donde el brillo predomine hasta decir ¡basta! El patio y los jardines los quiero enormes y tan bellos, que nadie pueda ni tan siquiera pisarlos para que no los dañen. 

En la cocina, una nevera de 12 pies de ancho, repleta tepe a tepe de carnes, mariscos, frutas, vegetales, postres y todo aquello que se nos antoje a cualquier hora. 

Que en el garaje haya una colección de carros espectaculares. De seguro mi esposo sería muy feliz. Para mis hijas, una piscina brutal que tenga chorreras y mucho entretenimiento para Valentina. Un cine en la casa no podría faltar. Quiero un gimnasio y un salón de baile para Valeria, y viajes y más viajes para conocer el mundo. Por supuesto, también pido tiempo para disfrutarlo. 

Estamos claros que posiblemente algunas de estas cosas son las que quisiera tener cualquier persona en un mundo. Un mundo en el que se vive, hoy día, para trabajar y cumplir. 

Pero, ¿cuál es la realidad? ¿Qué tengo? 

La realidad es que no tengo nada de eso tan espectacular y que me hace suspirar. En cambio, ¡lo tengo toooodo! 

 Tengo una familia hermosa, construida sobre columnas de respeto, amor, valores y confianza. Un esposo realista, trabajador y cumplidor, que nos hace andar por caminos seguros todos los días, que nos cuida de no caernos. Y cuando eso pasa, nos levanta y nos ayuda a limpiarnos las rodillas para asegurarse que las tres estemos bien. 

Tengo una casa, la que puedo pagar con esfuerzo y responsabilidad, y donde me disfruto el proceso de decorarla a mi gusto aprovechando especiales. Y si sigo no acabo.

Cuando reflexiono sobre mis bendiciones, me satisface saber, entre otras cosas, que tenemos un techo seguro para mis razones de vida: mis muchachas Valeria y Valentina. 

Mis hijas son muy agradecidas. Se divierten con lo que tienen y le podemos dar. Con lo que tenemos somos felices, porque la felicidad no te la dan las grandes cosas materiales sino la grandeza del corazón. Mi premio consiste en ver las buenas notas de mis hijas en la escuela, en la disciplina y en los valores que han adquirido mediante nuestro ejemplo.

Y ni hablar de la salud. De aquí en fuera, lo demás es lo demás. Ver a mi familia saludable paga el precio de cualquier sueño o carencia. Pido salud para el mundo que tanta falta nos hace, para que podamos vivir a plenitud. Nada material puede sustituir el estar saludable y feliz.

Por mi parte, solo quiero disfrutar del proceso de vivir. Y tú, ¿qué deseas? Te exhorto a que mires tu entorno para que puedas darte cuenta de todo lo que tienes.

Si miras desde tu corazón, llena de agradecimiento a Dios y a la vida, en vez de con frustración y coraje, te darás cuenta que tienes tanto que quizás no te daría el tiempo para disfrutarlo.

Vivamos un día a la vez, suficiente con vivir el hoy esperando con ansias el día de mañana. 

Procuremos vivir de verdad. Las apariencias nos empujan al egoísmo y la desesperación. Vivir para complacer el ojo de los demás te deja vacío el bolsillo y lacerada el alma. 

Nada es más gratificante que sonreír para uno mismo, ver nuestros hijos felices, y disfrutar de lo poco o lo mucho que tenemos. No hay mayor satisfacción que ser real y saber que estamos haciendo las cosas bien.

¿Sabes qué? Hoy puedo decir que soy feliz, pues ¡lo tengo todo! ¿Y tú?