Hace 14 años y siete meses específicamente, me convertí en la madre culeca de una niña muy deseada. Desde ese día, un 14 de febrero, no he dejado de admirar y disfrutar la creación, y sobre todo, la esencia de que es mujer. 

Acá entre nos, les cuento que durante la gestación, suplicaba y conspiraba con Dios para que fuera nena.

La ilusión era grande, yo solo pensaba en lazos y en tutús y de cuanto quería una amiga y cómplice por el resto de mi vida. Mi Dios está “pasa’o”, se botó y me complació.

No pasa un día en que la mire fijamente y de gracias al cielo por su existencia. 

En ese rito silencioso, le imploro al Padre que nunca le falte salud y que a su vida llegue un buen amor con el que pueda compartir los momentos más felices de su existencia. 

La hago sentirse orgullosa de que fue escogida para vivir con el poder de ser mujer. Hasta se sorprende con la alegría que se lo digo y entiende por qué mamá es como es.

 ¡Es que esto de ser nena es tan extraordinario! Ahora, les hablo claro, ¡No es fácil! Se necesitan herramientas que nos ayuden en un mundo competitivo y difícil. 

A mi hija, le machaco y le machaco en cómo llevar su maleta para el viaje de la vida, recalcándole que en ella no pueden faltar ciertas cosas como fuerza, voluntad, amor e independencia.

Le explico y justifico cada una de ellas.

“La Fuerza”, para que cuando se caiga se levante, y para que los procesos difíciles del camino no la intimiden nunca, al contrario, que de ellos aprenda y saque valor para enfrentarlos y sobrellevarlos.

“Voluntad”, para nunca rendirse, y que cuando más difícil e imposible parezcan las cosas, siempre halle un segundo o tercer respiro para volverlo a intentar.

“Amor”, para dar y para recibir. Que lo otorgue con sensibilidad y lo reciba con respeto y sinceridad.

“Independencia”, para que sea autosuficiente en tooodos los sentidos. Que nunca dependa de nadie para vivir, ni para un plato de comida, que siempre luche por lo que quiere y disfrute la gran satisfacción de hacerlo por ella.

No pido mucho, los hijos son el reflejo de los padres y somos nosotros los que construimos su esencia.

Mientras escribo, repaso el arte de ser madre de niñas y me reafirmo en la bendición que Dios pone en nuestras manos.

Tanta ha sido esta, que en la segunda oportunidad de concebir, supliqué con la misma fuerza que fuera niña, y “Chu” que está brutal, volvió y me complació.

Buscando respuesta a esta predilección, me contesto que ser mujer es extraordinario y muy poderoso. Por medio de mis hijas se alarga esa satisfacción y se prolonga mi existencia.

Por eso procuro criar mujeres de bien y conscientes de lo hermosa que puede ser la vida, viviendo en un mundo de amor, en el que prevalezcan los buenos valores, donde disfrutar de la femineidad sea un gusto y orgullo enorme. 

Si repasas tu existir te darás cuenta de cuán grande y valiosa eres.

La persona que también así  lo reconozca, vivirá eternamente enamorado del alma que elija para compartir el resto de sus días.

“No pido mucho, los hijos son el reflejo de los padres y somos nosotros los que construimos su esencia”