A la verdad que echar pa’lante es una cuestión de actitud. Todos tenemos espíritu; algunos le damos uso y otros, simplemente, lo tienen para subsistir. A menudo leo en las redes sociales las grandes necesidades de algunas personas que llegan al extremo de convertir sus problemas en públicos con la esperanza de recibir alguna ayuda. Eso es totalmente válido; ayudar a otros nos enriquece el alma. 

Lo que sí es impresionante es la cantidad de situaciones que nos demuestran claramente que no hay clases sociales ante la necesidad. La carencia no discrimina y enseña que, a la hora de la verdad, cuando falta, falta. Ya sea salud, trabajo, por el miedo a perder lo poco o lo mucho, o por cualquier otra situación.

Leer cada una de las historias se convierte, muchas veces, en algo desesperante, porque cuando se tiene un corazón bueno, quisieras resolverles de inmediato. 

Hay muchas formas de aportar y todas están frente a ti, como por ejemplo, patrocinando a quienes venden lo que con sus manos producen. El otro día en la playa una joven se acercó a vendernos pastelillos de queso y brócoli que ella misma había confeccionado. Se detuvo frente a cada uno de los que estábamos allí y todos le compramos. Aunque no puedo asegurar que a todos les encantaba el brócoli, sí doy fe de que reconocimos su esfuerzo. Su actitud lo decía todo, y me sentí tan orgullosa de ella que lo único que dije fue: “esto sí me hace feliz”.

Así pasa con quienes venden agua en los semáforos. Fuera del margen de ganancia que esto les pueda dejar (dato que todo el mundo calcula inmediatamente) muchas veces ignoramos la suma más importante: el infernal calor al que están sometidos durante todo un día bajo el sol. Es que dentro de cada corazón, hay un espíritu con propósito: el de echar hacía adelante. 

Cuántas veces escuchamos: “si me tengo que ir a la luz a vender agua lo hago, pero mis hijos no se acuestan sin comer”. Ufff, ¡qué palabras poderosas y qué mucho respeto siento al escucharlas! Por eso, cuando veo el esfuerzo de cada una de estas personas, que no se rinden ante la adversidad, que miran hacia adelante, me muevo en automático a ayudar, porque por mis hijas y su salud, yo haría lo mismo. 

Te exhorto a que descubras el placer de ayudar. Comparte un poco de lo que Dios te da y reconoce que no vivimos solos, que hay muchos que necesitan de ti y que si todos aportamos algo, por muy pequeño que sea, estaremos contribuyendo a una mejor calidad de vida. Dar a otros es bendición. 

“Es que dentro de cada corazón, hay un espíritu con propósito: el de echar hacía adelante”