En sus años de juventud, Rosa Margarita González jamás pensó que a lo que se dedicaría  sería a tenderle una mano a hombres y mujeres deambulantes  con problemas de adicción.

Ya han sido varias las vidas que ella ha podido ayudar a transformar y cada vez que se encuentra con estos hombres y estas mujeres rehabilitados se reafirma en que esta era la misión que Dios tenía para ella.

Durante más de 30 años, Rosa se ha esforzado por darle una mejor calidad de vida a los que no tienen techo y a los que sufren problemas de adicción. Es una mujer intensa, luchadora y determinada que tiene un corazón gigante y muy compasivo con el prójimo.

Antes de trabajar con adictos y deambulantes, Rosa era ama de casa. Nunca había tenido una experiencia de trabajo  a tiempo completo y comenzó a vender cortinas  para sustentar a su familia; y lo hizo muy bien. De hecho, a raíz de esa experiencia adquirió destrezas de ventas que utilizaría más adelante con propósitos benéficos. 

“Con el pasar de los años, la vida me llevó a otra cosa, a trabajar con la población de personas adictas, con alcohólicos y con deambulantes”, narró. 

Todo comenzó un día que Rosa llegó a Hogares Crea “buscando fondos”, dijo. “Ellos necesitaban una manejadora de casos y alguien que los ayudara a coordinar actividades a tiempo parcial, y decidí que quería aprender y ayudarlos”, contó. 

En Hogares Crea, González  estuvo doce años. Luego pasó a trabajar en el Hogar de Ayuda El Refugio, Inc, en Cataño, donde tuvo la oportunidad de brindar ayuda a mujeres adictas con VIH. 

Luego de esa experiencia, dirigió la Fundación UPENS en Bayamón, que ayuda también a mujeres con problemas de adicción.  En esa organización tuvo bajo su tutela a 17 mujeres en proceso de rehabilitación. 

Más adelante, se integró al Hogar Buen Pastor en San Juan, donde lleva nueve años orientando, encarrilando y entrenando a los hombres y mujeres que pasan por esa vivienda transitoria hasta que se rehabilitan y consiguen un hogar para emprender una nueva vida.

“Me apasiona hacer el bien, poderle dar a estos hombres y mujeres amor y transmitirles tranquilidad. El que quiera ayudar a estos seres no lo puede hacer por dinero. Hay que tener vocación. Para poder trabajar con ellos tienes que sentirlo y quererlo. Esto es mi vida. Me gusta ayudarlos, les enseño cómo pulirse y ser responsables, los motivo”, enfatizó.

En el Hogar Buen Pastor, Rosa asiste, en casi todo, a la fundadora del hogar, la hermana Rosemarie González, a quien ella cariñosamente le llama “sister”.  Por cierto, la religiosa tuvo solo palabras de elogio para su colaboradora. 

“Ella (Rosa) hace muchas cositas aquí, mayormente  supervisar los adiestramientos de los muchachos y de las chicas que tenemos”, destacó la monja.

De la labor social que realiza Rosa, nada la hace más feliz que reencontrarse con hombres  y mujeres que una vez estuvieron inmersos en el mundo de las drogas, sin un hogar, “y verlos convertidos en hombres y mujeres de bien”, finalizó.