Una de las cosas más populares en redes sociales en estos días podría ser el que celebridades y personas ordinarias se echen chapuzones en agua helada o tomen baños de hielo.

Los beneficios pregonados incluyen mejor estado de ánimo, más energía, pérdida de peso y reducción de la inflamación, pero la solidez de los datos científicos que respaldan algunas de esas afirmaciones no es tan firme.

Kim Kardashian publicó su incursión en Instagram. Harry Styles ha tuiteado acerca de sus zambullidas. Kristen Bell dice que sus inmersiones son “brutales”, pero mentalmente estimulantes. Y Lizzo señala que sus chapuzones en hielo reducen la inflamación y hacen que su cuerpo se sienta mejor.

A continuación presentamos lo que la evidencia médica, los expertos y los aficionados dicen acerca de esta práctica, que se remonta siglos.

La mente

Uno podría decir que Dan O´Connor es una autoridad amateur en la inmersión en agua fría. Desde junio de 2020, el residente de Chicago de 55 años se ha arrojado al Lago Michigan casi a diario, incluidas mañanas invernales heladas en las que ha tenido que usar una pala para retirar el hielo.

“El flujo repentino de endorfinas... es una forma increíble de despertar y darle una especie de descarga al cuerpo y echar a andar el motor”, señaló O’Connor una mañana reciente en que la temperatura del aire era de 23 grados Fahrenheit. Las endorfinas son hormonas que “hacen sentir bien” y que el cuerpo libera en respuesta al dolor, el estrés, el ejercicio y otras actividades.

Con la temperatura del lago en 23 ºF, O´Connor corrió con el pecho desnudo sobre la playa cubierta de nieve y se dio una voltereta para caer en el agua helada grisácea.

Efectuó su primera zambullida al principio de la pandemia de COVID-19, en una ocasión en que volvió de una juerga con whisky y su indignada esposa le dijo que “fuera a echarse al lago”. El agua se sintió bien ese día de junio. El mundo estaba sumido en un bache por el coronavirus, dice O’Connor, y la zambullida le dio ánimos para seguir adelante. A medida que el agua se enfriaba más con el cambio de las estaciones, el efecto psicológico fue aún mayor, señaló.

“Mi salud mental es mucho más fuerte, mucho más lúcida. Hallé algo de (budismo) Zen al venir aquí y saltar al lago y darle un sobresalto a ese cuerpo”, señaló O’Connor.

El doctor Will Cronenwett, director de psiquiatría en la escuela médica Feinberg de la Universidad del Noroeste, intentó la inmersión en agua fría en una ocasión, hace años, cuando visitaba a amigos escandinavos en una isla del Báltico. Después de un baño sauna, se arrojó al agua helada durante algunos minutos y tuvo lo que dice fue una experiencia intensa y estimulante.

“Sentí como si me estuvieran encajando cientos de millones de agujas eléctricas realmente pequeñas”, recordó. “Me sentí como si fuese fuerte y poderoso y pudiera hacer cualquier cosa”.

Pero Cronenwett dice que estudiar la inmersión en agua fría por medio de una prueba aleatoria controlada que se apegue a los más altos estándares es complicado, ya que podría ser difícil diseñar un placebo para las zambullidas heladas.

Hay algunas teorías acerca de cómo afecta a la mente.

Cronenwett dice que la inmersión en agua fría estimula la parte del sistema nervioso que controla el estado de descanso o relajación. Eso podría realzar la sensación de bienestar.

Además estimula la parte del sistema nervioso que regula la respuesta a decidir librar un combate o mejor darse a la fuga en casos de estrés. El realizarlo en forma regular podría atenuar dicha respuesta, lo que a su vez podría ayudar a la gente a sentirse mejor para hacer frente a otras causas de estrés en sus vidas, aunque eso no se ha comprobado, indicó.

“Uno tiene que conquistar su propio nerviosismo. Tiene que reunir el valor para hacerlo”, manifestó. “Y cuando finalmente lo hace, siente que ha logrado algo significativo. Ha alcanzado una meta”.

Investigadores checos hallaron que el zambullirse en agua fría puede incrementar las concentraciones de dopamina en la sangre —otra así llamada hormona de la felicidad, producida en el cerebro— en 250%. Cantidades elevadas han sido vinculadas con la paranoia y la agresión, hizo notar el fisiólogo James Mercer, profesor emérito en la Universidad del Ártico en Noruega, coautor de un análisis reciente de estudios de inmersión en agua fría.

El corazón

La inmersión en agua fría eleva la presión arterial e incrementa el estrés sobre el corazón. Algunos estudios han mostrado que eso es seguro para las personas saludables y los efectos sólo son temporales.

Pero puede ser peligroso para las personas que padezcan problemas cardiacos, y en ocasiones puede derivar en arritmias que pueden poner en riesgo la vida, advirtió Cronenwett. Las personas que sufran de enfermedades del corazón o tengan antecedentes familiares de deficiencias cardiacas en edades tempranas deberían consultar a un médico antes de arrojarse al agua helada, señaló.

Metabolismo

Se ha mostrado que las inmersiones en agua fría efectuadas con regularidad durante los meses de invierno mejoran la forma en que el cuerpo responde a la insulina, una hormona que controla los niveles de azúcar en la sangre, hizo notar Mercer. Eso podría ayudar a reducir los riesgos de padecer diabetes o a controlar mejor esa enfermedad en las personas que ya la tengan, aunque se requieren más estudios para comprobar eso.

El sumergirse en agua fría también activa la grasa marrón, tejido que ayuda a mantener cálido al cuerpo y lo auxilia a controlar el azúcar en la sangre y los niveles de insulina. También lo ayuda a quemar calorías, lo cual ha motivado investigaciones acerca de si la inmersión en agua fría es una forma eficaz de perder peso. Hasta ahora la evidencia no es concluyente.

Sistema inmunitario

Investigaciones empíricas dejan entrever que la gente que suele nadar en agua helada es menos presa de resfriados, y hay evidencia de que esa actividad puede incrementar los niveles de ciertos leucocitos y otras sustancias que combaten infecciones. Se desconoce si un chapuzón ocasional en agua gélida puede producir el mismo efecto.

Entre las mayores preguntas sin responder están las siguientes: ¿Qué tan fría tiene que estar el agua para que se den ciertos beneficios? ¿Y una zambullida rápida tendrá el mismo efecto que una nadada prolongada?

“No hay respuesta para (la afirmación): ‘entre más frío, mejor’”, manifestó Mercer. “Además, depende del tipo de respuesta que uno esté examinando. Por ejemplo, algunas ocurren con mucha rapidez, como los cambios en la presión arterial... Otras, tales como la formación de grasa marrón, se llevan mucho más tiempo”.

O’Connor se da chapuzones todo el año, pero dice que las inmersiones en el invierno son las mejores para obtener “claridad mental”, incluso si a veces sólo duran 30 segundos.

En esas mañanas heladas, él está “bloqueando todo lo demás (en su mente) y al tanto de que tengo que meterme al agua, y luego aún más importante, salirme del agua”.