Así empezó todo, con un mensaje electrónico recibido. Sí, porque tan siquiera fue una llamada dando cara o quizás sí, pero jamás dejó mensaje y yo no contesto números extraños. Si me necesitan sugiero me dejen un mensaje que yo siempre llamo. Pero eso no pasó, así que ni su tono de voz pude conocer. 

Su intención era invitarme a almorzar al restaurante más lujoso de San Juan. “Tú escoges”, escribió, me imagino esperando de mí una respuesta. 

No la hubo y volvió a escribir. Una, dos, tres… varias veces sin recibir respuesta. Por curiosidad busqué alguna referencia de ese nombre que no me sonaba, pero que supuestamente conocía. Confieso que soy ultradespistada para los nombres; son tantos y tantas las personas que conozco que se me olvidan o confunden. Por eso aplico la regla que una vez aprendí: ante la duda, saluda, y como me encanta sonreír y conversar, la verdad no se me hace nada difícil iniciar una conversación con quien tengo cerca aunque no le conozca.  

Para refrescar mi memoria busqué y, adivinen: “casado” decía en la sección de estatus. Me reí a carcajadas y mejor no les escribo lo que pensé. 

Otra vez, varones, no deben generalizar. Habrá féminas a las que una salida a un lugar exquisito les sirva de incentivo para todo lo demás, pero a otras no y me incluyo en ese segundo grupo. Casado, que buen hijo de…, pensé, reconociendo de inmediato la alta incidencia de infidelidad, engaños y deshonestidades que prevalecen en muchos hogares que son pura fachada. 

Me imagino que éste es uno de esos varones que después llega a su santo hogar a pegarle una infección sexual a su mujer que, por ser su esposa, jamás usará un condón al tener relaciones sexuales con él. En su hogar, en su cama y con su santo varón, jamás, dirá ella. “Claro que no, es mi esposo. ¿A quién se le ocurre esa barbaridad. Es el hombre de mi vida y confío plenamente en él”, me dicen muchas esposas a pesar de que las estadísticas de infecciones de transmisión sexual entre la población de mujeres heterosexuales, casadas o viviendo una relación de pareja, sigue en aumento.  

Santo varón que quizás tampoco se protege durante sus tantas aventuras y que quizás tiene como técnica infalible dicha invitación al restaurante más caro de San Juan para lograr sus objetivos. ¡Si supiera que con eso no nos guiña el ojo! Pero no, no lo sabe porque no se tomó la molestia de penetrarme el alma antes de querer penetrar otra cosa. Qué tonto…