Busco tu mirada por doquier, trato de reconocerte en cada quién que me acerque su alma. 

Así voy por la vida, en este yendo y viniendo que me ofrece lunas llenas y hermosos atardeceres. Lo bueno es que estás en todas partes, mi príncipe azul se transformó y aparece en cada caricia, en cada beso y cada vez que toco el cielo con la mano aquí en la tierra. Ahí estás tú.  

A veces te llamas placer y siempre me provocas una sonrisa.  Me dan ganas de más, como cuando tengo un manjar de frente pero sé que no me puedo hartar, repudio esa sensación de llenura. 

También repudio muchas otras cosas: el acto sexual incompleto, no ser correspondida, que me quieran ‘dar atole con el dedo’ (jiji, frase muy mexicana que adopto tras mi paso por ese maravilloso país que tanto me cobijó).  

El atole es una rica bebida de crema maicena líquida de diversos sabores que se toma, sobre todo, en las mañanas, como el café. Así que imagínate a alguien tratando de poner con su dedo algo líquido en tu boca; se cae, punto. 

La mentira, la maldad, el mutismo, la mediocridad, son cosas que también repudio, peleas que todavía no libro y que me encuentro de vez en cuando. Solo para recordarme que debo continuar y conquistarme un poco más.  

Como mi mayor empeño es encontrarte, insisto en recrearte, así: estoy en una fiesta, un salón enorme de algún palacio o castillo, paredes llenas de cuadros hermosos con sus marcos dorados que denotan lujo. 

Mi vestido, blanco y negro ultra hermoso, guantes blancos, hombros al descubierto. Mi mirada hacia abajo cuando, de pronto, una mano se extiende y me invita a bailar. Ahí estás tú, de todos, tú. 

Con esos ojos reconocibles y ese cuerpo apetecible. Ya sé, ya te sentí una vez, muchas veces, otra vez.  ¿Sabes? Todavía te siento. Cierro mis ojos, me dejo llevar y la música es cómplice de nuestro encuentro.  Siento tu mano en mi cintura y mi rostro rozando el tuyo. Tu corazón, tan palpitante como el mío y nuestros cuerpos deleitándose con nuestros roces.  

Te miré, me miraste y la noche continuó.  Te deseaba, lo deseaba, sutilmente, suavemente.  El tiempo pasó, ya no me acuerdo ni cómo. Qué dulce despertar contigo tras tan hermosa noche, mi regalo de Navidad. Te encontré y sigo en mi privilegio de, entre esas buenas almas, volver a encontrarte.