El órgano sexual más importante es el cerebro, por encima de la piel y de los de la planta baja. Esto no es ninguna novedad si se tiene en cuenta que la cabeza es la que orienta y regula las tareas que se desarrollan sobre la cama, desde el gusto hasta las erecciones de los señores.

Sin embargo, el auge de la tecnología y las redes sociales han desempolvado conceptos para reencaucharlos con nombres que terminan impresionando a incautos, que al creerlos nuevos los convierten en tendencias.

Es el caso del cosquilleo erótico que despierta la inteligencia del otro en algunos, al punto de que el buen desempeño mental es para ellas el ingrediente ineludible o, cuando menos, un afrodisíaco de marca mayor. Algo que el mismo Platón describió en uno de sus diálogos sobre el amor y que los creativos de hoy bautizaron sapiosexualidad.

Dicho de otra forma, un sapiosexual es aquel que deja bajo la cama las curvas, caras bonitas, el abdomen marcado y la sonrisa de diseño para meter bajo las sábanas las ideas brillantes, la conversación sólida, el pensamiento certero y el chiste inteligente. Es decir, saca en estampida la superficialidad y se humedece y gime con el IQ superior.

Según los que saben, los sapiosexuales perciben que si alguien es capaz de arrancarles orgasmos con solo frotarlos con su intelectualidad, les puede garantizar estabilidad y seguridad. Hay quienes opinan que el asunto no es tan trascendental, sino la presencia de un juego erótico de dos mentes que entran en seducción con el objeto de provocar sensaciones gratas en la anatomía del aquello. Mejor dicho, que el cerebro convierte un comentario inteligente en la cuota inicial de una encamada y nada más. Por algo es el órgano sexual más poderoso; hablo del cerebro, claro.

Ahora, como los señores entran más fácil en calor cuando miran, mientras que nosotras nos ponemos más alegres con lo que escuchamos, eso explicaría el hecho de que haya más mujeres que hombres bajo el rótulo de la sapiosexualidad, lo cual no quiere decir que, por inteligentes que parezcan, señores, a la hora del catre dejemos pasar de lado otros parámetros que no están propiamente en su físico, sino en su personalidad. Mejor dicho, los sabihondos pero patanes son una pomada antilujuria.

Y aunque zafarse la ropa por el deseo que despierta la inteligencia –y no por las redondeces o los ángulos del equipaje anatómico ligado al catre– puede ser considerado un triunfo sobre el materialismo sexual, lo cierto es que puede llevar a relaciones asimétricas por enganche de personas inseguras y de baja autoestima con charlatanes, narcisistas y otras especies que usan y abusan de la palabra como látigo de seducción. Qué peligro.

Hasta aquí la perorata, solo para reiterar que ir a la cama es un derecho universal y que para eso el cerebro transforma en estímulo sexual cualquier cosa: desde la inteligencia hasta la forma como se mastica, todo para hacer sentir cosquillas en la planta baja y que, sin disculpas, haya ganas para todos. Hasta luego.