Luis Torres no dejaba de mirar su celular.

Las llamadas y mensajes de textos entraban mientras era entrevistado por su trabajo como detective privado.

“Ella quiere saber hasta lo que él come”, explica Torres a primerahora.com en su compacta, pero visiblemente promocionada oficina en el segundo piso de una tienda de piezas de autos en Bayamón.

El caso es uno de 10 a 15 que trabaja al mes el investigador que creó la compañía Caza Infieles Detectives. El nombre de su empresa no esconde su objetivo.

Sus servicios van al grano: dar a conocer si las sospechas de “pegar cuernos” son ciertas.

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Torres se quita la chaqueta y con las mangas enrolladas se monta en su auto de cristales ahumados para seguir la pista del sospechoso. En el interior del vehículo hay un aparato de sistema de posicionamiento global (GPS, en inglés), computadora y cámara de último modelo con un “zoom” para ver hasta el alma.

La última ubicación del investigado lo lleva a un supermercado en la calle Loíza, en Santurce.

Torres lleva 18 años como detective privado. Entró a la profesión de casualidad debido a su fascinación con las cámaras de vídeo. El ánimo de un amigo detective por un favor de compilar un pietaje sobre una investigación lo llevaron a adentrarse por completo en el oficio.

Para esto, realizó una colegiación en una escuela que ofrece los cursos y tomó una reválida de la Policía de Puerto Rico, bajo la Ley 108, para obtener la licencia.

Pese a que trabaja asuntos relacionados con la Administración para el Sustento de Menores (Asume), el Registro Demográfico, investigaciones laborales y reclamación de seguros, su plato fuerte son los casos de infidelidad.

Torres toma vídeo del área del supermercado de su reciente proyecto como parte del modus operandi del individuo en cuestión. Ubica el carro rastreado en el estacionamiento del local y se estaciona a una distancia de 40 pies para esperar su salida.

Lo identifica como un “repartidor de carnes”.

“Ahora es que viene la parte incómoda”, comenta sobre la demora para grabar al sujeto, que puede tomar 10 minutos o toda una tarde.

“Es mejor comer después para evitar las ganas de ir al baño”, agrega.

Los perfiles que ha investigado Torres a través de su carrera sobre infidelidad asegura llegan hasta las esferas más altas de la política y la farándula. Las edades no tienen límite.

“Las infidelidades corren en cualquier liga. Aquí corre de todo”, opina.

Una suma mental lo lleva a garantizar que siete de 10 casos investigados son ciertos.

Entre las razones que traen sus clientes para iniciar una pesquisa se encuentran los cambios de actitudes y físicos en las parejas, decisiones de bajar de peso, aseo personal y ropa interior nueva.

Respecto al tiempo, las interrogantes llegan cuando se toman trabajos fuera de horas laborales y no se refleja el dinero.

Hombres también arriban por su inquietud de las salidas de sus esposas, que en ocasiones tienen a sus amigas como cómplices para cometer la infidelidad.

Los casos pueden confirmarse en lugares públicos como centros comerciales, estacionamientos y playas.

“Son mayormente damas más que caballeros en busca de los servicios. Pero la tendencia va cambiando, ahora son los hombres un gran número que quieren investigar. Y son las mujeres las que mayormente dan positivo que los hombres. Por lo que he visto, la mujer es más pasional. Se envuelve rápido. El hombres es más difícil (de mangar)”, explica.

Torres, quien cuenta con un grupo de siete detectives privados, realiza consultas gratis. Una vez el cliente decida proceder con la investigación, se firma un contrato donde autoriza al detective, protegido por la Ley 181, a comenzar su trabajo.

Una investigación básica de una semana cuesta entre $1,500 y $2,000. La amante que le pidió seguir al repartidor de carnes va por su segunda semana.

“He recibido pagos de hasta $20,000 por un mes”, confiesa.

Fuera de su trabajo reciente de rastreo por el área metropolitana, Torres también da sus servicios en el estado de Florida, donde tiene residencia.

Son muchas las lágrimas derramadas en la oficina de Torres al dar las malas noticias, mayormente de hombres.

“Nuestra confidencialidad es bien estricta y damos apoyo. Le recordamos que realicen un divorcio saludable, en paz. Tiene que ver esto como una inversión, no como un gasto. La prueba ayuda a tomar decisiones y seguir con la vida”, relata.

A pesar de los sufrimientos,  añade que muchos casos rebotan en reconciliación.

Otros casos no dan con “chillería”. Algunas sospechas llevan a descubrir que el investigado vendía drogas. Otros los captan jugando gallos o caballos, un escape de la “monotonía” con su cónyuge.

Torres no es de esconder su oficio en lo más oscuro de la tinta de los clasificados. Promociona Caza Infieles Detectives como si fuera la última sensación de “food trucks”. Incluso, tiene dos camionetas rotuladas, al estilo ‘’Ghostbusters”.

“Tenemos que darle una imagen al cliente para que se sienta seguro en donde está invirtiendo el dinero y quién va dar la cara en caso de que ocurra una situación. Algunos de esos anuncios pequeños pueden ser personas sin licencias”, asegura.

Tampoco teme a que su negocio sufra pérdidas si las personas prefieren “hackear” las cuentas de redes sociales de sus parejas para confirmar sus sospechas.

“Eso no especifica una identidad. Solo da una sospecha válida. No es directa”, sostiene.

¿Entiende que este trabajo es un mal necesario?

“Es un mal necesario. Hacemos como los dentistas, nadie quiere ir, pero son necesarios. Nadie va a querer hacer nuestro trabajo”, compara.

Confiado en su ocupación, se despide de este reportero y el fotoperiodista aún en su auto en espera de tener evidencia visual del sospechoso en el supermercado, donde la tarde prometía ser larga.