Su cuerpo es de silicona. Tiene movimiento en brazos y piernas y orificios que semejan la vagina y el ano. ¿Se imagina una noche de amor con un maniquí? Bienvenidos a la tendencia mundial, cada vez más fuerte, de las muñecas sexuales, artilugios que, si bien han existido desde hace muchos años, ahora cuentan con características físicas cada vez más similares a las de las mujeres reales. Algunas incluso han sido robotizadas y programadas para reaccionar a las peticiones de sus dueños.

Compañías especializadas de Estados Unidos, China y Japón son las pioneras de estos nuevos desarrollos, que en los últimos años han llevado a las tradicionales muñecas inflables de plástico, que muchos recuerdan precisamente por su apariencia anticuada y artificial, a niveles de sofisticación difíciles de imaginar.

“Me parece muy interesante que el mundo esté avanzando en ese sentido”, reconoce la sexóloga Flavia dos Santos. “Pero, por más perfecta que sea la muñeca o el robot, esa fantasía de que van a reemplazar a las personas o a las relaciones reales es una mentira. El ser humano por naturaleza necesita interactuar y comunicarse. Así que por más perfecta que sea la muñeca, se torna prácticamente en una ‘paja’ robótica y nada más que eso”, agrega.

No todos están de acuerdo con la experta. Basta recordar la historia del empresario chino Senji Nakajami, que dejó a su esposa y a sus dos hijos por Saori, una muñeca sexual con la que vive desde comienzos de 2017, o al escritor David Levy, que pronosticó que en el 2050 veremos bodas entre humanos y robots.

Las primeras muñecas sexuales –y aun las más populares– son las que están hechas de plástico (o muñecas inflables), que inundan el mercado por sus precios accesibles para todo tipo de bolsillos. 

A nivel mundial, los clientes más exigentes no se han conformado con ellas y han dado auge a las que son las muñecas sexuales más populares del presente. Fabricadas por la empresa estadounidense Abbys Creations, son conocidas como real dolls y, según su sitio web, “sirven como pareja sexual, tienen silicona para una sensación de piel real y cadera con movimiento”, además de “cambiar de temperatura de acuerdo con el gusto de su dueño”.

Como si esto fuera poco, se les pueden cambiar la cara, el pelo y el vestido a gusto del cliente; se les pueden programar sonidos y palabras, y cuestan entre $5,000 y $10,000.

Un precio elevado si se tiene en cuenta que, en opinión de la sexóloga Dos Santos, son ante todo un intento de la industria del sexo por darles a los hombres un instrumento más sensorial que complemente toda la oferta visual que ya tienen para su propia satisfacción sexual.

“Y no lo digo a manera de crítica”, dice Dos Santos, para quien resulta comprensible que un hombre quiera recurrir a una de ellas para fantasear o masturbarse de una manera diferente. “No hay por qué hacer un perfil sicológico de quien las usa. Entre los usuarios vamos a encontrar personas curiosas, otras que lo harán por chiste y otras que se van a gratificar, y no tiene nada de malo”.

Para la experta, estas muñecas deben ser vistas como un juguete sexual más, que ha evolucionado, sí, pero que cumple las mismas funciones de otros del mercado.

Más allá de lo sexual, Mauricio Jaramillo Marín, experto en tecnología y director del medio Impacto TIC, señala que si bien “los robots no son algo nuevo, los progresos de la inteligencia artificial, el aprendizaje de máquinas (machine learning), la computación cognitiva, la propia robótica y los sensores de todo tipo los hacen hoy más eficientes”.

Por eso, explica, han reemplazado a los humanos en tareas operativas que requerían la fuerza física y últimamente en labores como el periodismo, la creación de música o asistentes del hogar. “Las relaciones personales –y sexuales– no podían ser la excepción”, reconoce Jaramillo Marín.