Es claro que en el sexo no todo es penetración. Existe una infinidad de alternativas para disfrutarlo sin que entre en juego el equipaje del departamento inferior del cuerpo. Pero me ha llamado la atención una práctica que algunos conocen como ‘petting’, que no es otra cosa que la faena pero con la ropa puesta; en otras palabras: besos, caricias, toque-toque y estímulos para que las ganas se mantengan arriba y se logre, en ocasiones, un desenlace grato.

Al parecer, con buena técnica, se logra –incluso– llegar al orgasmo. Eso dicen los que la practican, quienes además aseguran que es una buena opción para dedicarles más tiempo a las caricias y a los besos, algo que en el acto sexual genital muchas veces se deja de lado. Pero, además, le otorgan otras ventajas.

Para empezar, avalan el sexo seguro, algo que es lógico si se tiene en cuenta que la dotación básica no entra en contacto por lo que es prácticamente imposible que existan enfermedades de transmisión sexual o embarazos. Algo simplemente lógico.

También, al no tener que ir al grano, se da rienda suelta a la imaginación, a la exploración no solo de la otra persona sino al conocimiento del propio cuerpo; lo anterior, sobre la base de que al dejarlo acariciar con juicio, permite encontrar zonas erógenas que por lo general no se ponen de manifiesto solas.

De igual forma, al desprenderse de las preocupaciones pegadas a los riesgos de enfermedad o de embarazo, el organismo permite dejarse llevar por el deseo y las ganas, a tal punto que la producción de hormonas amigables –como la oxitocina y las endorfinas– se multiplican y con ello el favorecimiento de ese placer real que se siente en todo el cuerpo.

Hacerlo con ropa, lo confieso, también tiene un toque de sensualidad y morbo al recrear lo que está oculto bajo los trapos; tanto así que algunos magos le sacan provecho a esto ofreciendo prendas específicas que en algunos fetichistas su sola presencia incrementa el deseo.

Esa es la razón por la que existen ligueros, negligés, bodies, brasieres y todo un espectro de texturas que horman y resaltan curvas de manera tan insinuante que no vale la pena quitarlas sino utilizarlas como un elemento más de disfrute. Todo está en no zafarlas.

Como siempre, insisto en que en el catre todo vale, siempre y cuando existan acuerdos de unas reglas básicas de respeto que jamás se trasgreden. Y las encamadas con ropa son bienvenidas.

Pero, a decir verdad, lo que más me gusta de esto es recuperar la delicia del tacto, la función de la boca y la complicidad de toda la piel, así sea la poca que quede expuesta.

Porque desde siempre aprendí que los buenos besos y las caricias genuinas, cuando se comparten con entusiasmo, son la cuota inicial para un buen polvo. De esos que mandan el tal ‘petting’ al cuerno.

En fin, sexo con ropa, pero mientras toca quitarla. Hasta luego.