Una de las cosas que, indudablemente, nos queda tras el paso del huracán María es la incertidumbre. Lo más sencillo de la cotidianidad se ha vuelto incierto. Cada despertar trae un sinnúmero de sorpresas y no todas son agradables. La intimidad personal también es incierta, pues no sabemos cómo de un momento a otro nos puede cambiar el diálogo interno, las emociones y los pensares. También es importante mencionar que el futuro para todos los que vivimos en este pedazo de terruño llamado Puerto Rico está lleno de esa incertidumbre a largo plazo.

Aunque el miedo y hasta el pánico nos paralicen, debemos hacer algo por manejar la incertidumbre. Hay dos opciones para el manejo de la incertidumbre: la vía de la ansiedad angustiosa o simplemente la vía de abrazarla y hacerla tu amiga. Si uno se va por la vía de la angustia y de la ansiedad, lo que resulta es la inquietud emocional, la inercia, la desesperanza, el desasosiego, incluso la nada. Es este el más grande mal que podemos como pueblo recibir en el “aftermath” de María. Es por eso por lo que a nivel individual debemos hacer lo posible por asumir la incertidumbre de una manera más saludable: de la manera que asegure un futuro de bien.

Cabe señalar que el principio de incertidumbre es uno Universal. Como parte de nuestra vida y nuestra realidad, nunca sabemos con exactitud qué es lo que trae el porvenir. Son solo herramientas como la consultoría astrológica que nos permite estar un poco más cerca de la certidumbre y con todo y ello a nivel personal siempre nos gana algo de duda. 

Sin embargo, cuando ocurren sucesos como un desastre natural es necesario no dejarse anular por la incertidumbre. Por el contrario, hay que hacer las paces con la incertidumbre y aceptar que va a estar muy presente en nuestras vidas y en nosotros. Esto requiere que aceptemos el no saber; incluido el desconocernos a nivel personal en instantes y por momentos.

A medida que se acepta la incertidumbre, se crece la posibilidad de volvernos amigos de ella. Es en ese punto que se desarrolla la confianza en que lo que sea que pase es para bien y para mejor. Esta certeza nos ayuda a tomar decisiones, a validar las emociones, a escuchar con cuidado las ideas y los pensamientos que nos vienen del interior, a acercarnos más al espíritu, a pensar en la salud, a fortalecernos para ayudar a los otros, a asimilar los cambios, a ser proactivos, en fin, a avanzar hacia el futuro.

En este momento, el aceptar la incertidumbre y volverla amiga es parte del deber ciudadano. Hay que encargarse de hacerlo para poder seguir, mantenerse saludable y lejos de la ansiedad y de la angustia paralizante. La certeza que resulta con ello es lo que se necesita para ser resiliente, repensar la vida y construir lo que se desea.