Frustración, imitación, el intentar satisfacer sus necesidades físicas y hasta querer llamar nuestra atención son algunas de las razones principales por las que un niño hace berrinche. La experta en familia y estilo de vida Marinés Duarte y la psicoterapeuta Julieta Araujo platicaron en “Despierta América” de este tema que provoca fuertes dolores de cabeza en los padres, que muchas veces pierden la paciencia al no entender la reacción de sus hijos y no saber cómo controlarlos. 

La diferencia entre las rabietas de un bebé, cuyo único medio para expresar si tiene hambre o se siente mal es llorando, y las de un niño, de más de cuatro años, es enorme. Un niño mayor recurre a esto como un comportamiento de escape o porque le ha funcionado en el pasado. En este caso los padres deben aprender a ser consistentes y mantenerse firmes en sus acciones, para evitar que el niño se salga con la suya. 

El tener reglas y expectativas claras para los niños es importante. Los berrinches muchas veces ocurren porque hay un desorden en la casa y los niños no saben qué esperar, por lo tanto se estresan; aunque también puede ocurrir cuando los niños no saben cómo lidiar con sus emociones. 

Y es que como padres tenemos la responsabilidad de ayudar a los niños a que aprendan a controlarse, hablarles claramente y hacerlos crear conciencia sobre sus acciones. Sin embargo, esta no es una tarea fácil, y hay que estar preparados para tratar de reaccionar de la mejor manera y no perder el control junto con ellos. 

Los gritos, regaños y jaloneos no son la mejor opción para terminar con los berrinches infantiles. Los niños tienen que entender quién es la autoridad, pero es mejor que sea de manera calmada, dándoles amor y no cediendo ante sus caprichos. 

Eme de Mujer (El País) señala también que a veces es tal la desesperación de los padres que amenazan al niño para que cesen los gritos. En otras situaciones tratan de callarlo prometiendo comprarles algo. En este caso, el mensaje educativo es: ¿Si gritás o pataleás, recibirás lo que querés? 

Debemos distinguir entre una rabieta y un capricho. La primera no siempre tiene una causa y nada la calma. En el segundo caso, si se le da al niño lo que quiere, se calma. Es decir, el niño lo usa como un medio para conseguir algo, por lo tanto nuestra actitud tiene que ser distinta. 

Cuando estamos frente a una rabieta solo pueden darle un objeto irrompible para que él pueda expresar su rabia contra este. No hay otra cosa que lo calme. En los caprichos debemos poner límites, pues el niño tiene control y utiliza su fuerza para obtener lo que desea. 

Un ejemplo muy común son los gritos en el supermercado para que le compren más golosinas. El niño grita y los padres, muchas veces por vergüenza, sucumben y le dan lo que piden para que se calle. 

¿Qué hacer en estos casos? 

Antes de salir se hace un contrato: Te compro dos chocolates o un paquete de caramelos. Él elige entre dos opciones que los adultos le presentan y lo que decida lo dejan estipulado claramente antes de ir de compras. 

Si quiere más de lo pactado lo dejás gritar, gritará una vez, dos y luego aprenderá que con los gritos no consigue nada. 

Deben sostener lo que se ha pactado en la casa. En el período de las rabietas comienzan los problemas vinculares entre los niños y sus madres, pues estas no saben cómo actuar frente a aquellas. Algunas mamás se desesperan y esto aumenta la intensidad de las rabietas, lo cual trae como consecuencia un desgaste en el vínculo entre ambos. 

Vale la pena recordar que la rabieta no es contra ti, sino que se refiere a una situación de descontrol y tiene que pasar por ella para manejar sus propias frustraciones.