Hubo un momento en mi vida que alguien se atrevió a decirme que yo era una cristiana  hipócrita. ¡Waooo! Al escucharlo, me indigné, enojé y sobre todo me dio mucho coraje al no poder defenderme.  Pero luego, en casa, tranquila, me di cuenta que esa persona tenía razón. 

Sí, fui una cristiana hipócrita… porque por mucho tiempo había permitido faltas de respeto, manipulaciones, humillaciones, juegos psicológicos estúpidos, porque callaba ante la injusticia y el mantengo de otros, hasta que todo me llevó a decir: ¡basta ya!

Me di cuenta que todo lo que estaba permitiendo por ser nice, amistosa, cariñosa, respetuosa y cristiana no era correcto ni digno ante mi Padre. Jamás será bueno permitir lo incorrecto para solo congraciarte, porque al final tu naturaleza no lo aguantará. Y a mi me pasó y, claro, cuando empiezas a corregir te conviertes en el ser más malo e hipócrita del planeta. 

Relacionadas

Hay una canción que decía: “Déjame llorar”. Era por la pérdida de alguien, yo me la cantaba porque sentía que me había perdido. Me preguntaba dónde estaba la Jailene fuerte, decidida y valiente, hasta que reconocí que el día que Jesús había entrado a mi corazón, ese día la había rendido. Por eso las batallas las tenía que enfrentar de una manera distinta. 

Ahora tengo muy claro que jamás fui de doble lenguaje, jamás hablé a espaldas de nadie, ni tampoco planeé momentos embarazosos y tristes para nadie. Reconozco que tenía o tengo todavía un mal: no puedo bregar con la gente malagradecida y abusadora que se cree que se lo merecen todo.

Fue un proceso y tiempo difícil en mi vida, porque estás tragando, ahogando las lágrimas, para ver cómo corriges lo que tú misma permitiste desde un principio.. Solo callaba, pero ya entendí la justicia de Dios. 

Por eso lo mejor que tengo son mis momentos a solas con el Señor, ante Él lloro y me desahogo.  Ahí sí digo todo lo que sé y siento.  Conozco a mi Pastor, el que me dice que nada me faltará, que en lugares de verdes pastos me hará descansar y junto aguas de reposo me conduce. Él es el que restaura mi alma y me guía por senderos de justicia por amor de su nombre.

Solo Él, día a día, me ha enseñado a entender y recibir su gracia para manejar con amor y sabiduría cada situación. No olvidando que nos da la autoridad para reconocer lo que está mal y no permitirlo en nuestras vidas.

Cada una de nosotras tenemos el libre albedrío de decidir lo que queremos en nuestras vidas. Eso, quieras o no, impactará a tu entorno para bien o mal, de acuerdo a lo que elijas.  

Si quieres sembrar lo bueno, tienes que modelarlo y vivirlo para que realmente cale en el corazón de los demás.

Porque si no, después no te quejes si tu entorno comienza a vivir o decir lo que tú no quieres, cuando eras tú la que verbalizabas  que eso era bueno.

“Ahora ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y mientras vivo en este cuerpo, vivo por fe en el Hijo de Dios, [a] quien me amó y entregó su vida para salvarme”. Gálatas 2:20