Antonio Santiago, padre de  dos chicas jóvenes, no puede recordar  la fecha exacta en que  ocurrió. Sin embargo, en su mente  están clavadas  las   palabras   precisas que  su  hija  mayor,  al  cumplir 14  años,  le comunicó:  “Papi, ¿mi   jevo puede  venir a la  casa a la comer?”.

Su respuesta,  después   de tragar  hondo y evitar   una  reacción abrupta,  fue un “sí”. En su caso, aclaró que  sus  hijas  fueron precoces  en ese sentido, y ya  veía señales  de  que  pronto esa  etapa  de enamoramiento en la adolescencia llegaría. 

Así  las  cosas, Santiago  conoció  al   primer amor  de su  hija  en su casa.  En el hogar  de  Santiago,  una vez a   la semana se  acostumbra, religiosamente,  a  cenar  en familia. Por lo  que  sumar un asiento más  a la inquebrantable rutina no  sería  un problema. Una vez se  dio  ese  primer encuentro  Santiago decidió hablarle a su  hija   y  explicarle  las nuevas  reglas  dentro de su hogar  para  que  se  su  “jevo” la visite y a su  vez entender lo que   “mi  nena experimenta”. 

“Uno  conoce a  sus  hijas  y  uno  se va  percatando de las  cosas. El  día que me lo dijo tuve que  respirar y le dije que  ‘sí’, porque  mi clave  en esto  es la siguiente: no  digas  que  no   de entrada. Decir  no  y poner  prohibiciones es la puerta más rápida  para  que  los  hijos  te lleven la  contraria y  se salgan  con la suya. Mi otra  clave  es  que los  inventos   con los novios  se  hacen en mi casa,es la única   manera  de supervisar, y si  son en otra  parte  allá  también vamos”, indicó Santiago,  quien   tiene  múltiples  anécdotas  sobre  la   inclusión de los novios  de  sus  hijas al núcleo   familiar. 

Entre una  de  esas  experiencias  memorables cuenta  cómo  su  hija  quiso    incluir a   su  novio en el viaje  de Navidad  a  Nueva York. Santiago y  su esposa accedieron asumiendo la  totalidad de los gastos   de  novio. 

 “Recuerdo  cómo  mis  hijas buscaron por Internet  este  hotel  espectacular  con una habitación brutal ubicado  en Times  Square  en New  York.   Aquella  habitación  de lujo  que  pagué  yo. Cuando llegó a  New  York, mi  hija  mayor  me  dijo: ‘Papi la  habitación  tuya con la de  mi novio’ es la otra  del lado. Compartí  una cama  full  toda  una semana  con el jevo   de mi hija, mientras  mi  esposa  y  mis  hijas  dormían  como  reinas en la habitación de lujo”, narró Santiago, que  ha   aprendido a   integrar a  los novios  de  sus  hijas  en la  mayoría  de  las actividades.

En  otra  ocasión, el suceso     le ocurrió  con su  hija  menor. A  su casa   llegó  un conocido reguetonero (se  reservó  el nombre),  junto a   un amigo con  la  música a  todo  volumen, los  asientos reclinados y  con actitud de que  se las saben todas. Al ver  esa  escena, Santiago le  advirtió a su  hija  que  si querían salir  con ella, esa no era  la forma  correcta. Ese día  fue  Santiago quien recibió al pretendiente que nunca  regresó  al  hogar. 

“Uno tiene que  estar  presente  en la vida  de las   hijas   y en la medida  que  uno integre a sus  amigos y  sea  partícipe de las   actividades,  puede  uno  entender  mejor esto, porque todos pasamos  por ahí y  ni ellas  ni los  novios pueden venir  con cuentos. De cuentos   yo sí sé”, señaló  Santiago,   que  recalcó que   siempre ha mantenido una comunicación  abierta  con sus hijas.

 Comunicar  y  supervisar 

Precisamente, fomentar esa comunicación entre padres e hijas desde edad temprana es vital para poder entender la etapa de adolescencia, recalcó el psicólogo Héctor Coca.

 “Si  los padres nunca fueron  capaces  de hablar  con  sus  hijas  de  cómo nacen los  bebés, no  deben esperar apertura de  los   adolescentes. Hay que cosechar   cuando  son pequeños  para  recoger  esos  frutos en la juventud. Pero eso  no quiere decir  que  no se puede  hacer  nada,  lo primero   es educarse. Papi  y mami  tienen que  educarse  y orientarse sobre la  adolescencia  y   relaciones”, subrayó Coca que  recomienda  no reaccionar  con  prohibiciones  salvo  que el pretendiente tenga  conducta  delictiva  o  conflictos. 

Sobre  esa  primera   vez  en que  la menor verbaliza  su  etapa de amorío, el psicólogo  recomienda  a    los  padres no  exagerar  la relación  al tratar  de llevarla  o convertirla  en algo formal.  El   chico  se  debe  tratar como  un  amigo  más con la  salvedad de que  existe  un  interés  sentimental. 

“El uso    del nombre  novio implica  cuando la pareja  se  está preparando para una relación  formal  y  en la adolescencia los   menores  no lo ven  así. Para ellos  es un  proceso de aprendizaje   que  está atado a  los  impulsos  de atracción. Mi  sugerencia  es  que los padres no  le den tanto  color  al asunto ni  lo tomen tan  a pecho. Tampoco es  ser  los  padres   más complacientes porque  hay unas reglas  que respetar. Mi  recomendación  es  tratar a  ese  amigo  o  jevito como  un  amigo más que  visita  su  hogar, pero con  supervisión. Si  al hogar van  amiguitas también se  tratan igual”,  precisó Coca. 

El profesional de la salud  mental puntualizó  que la supervisión es  la clave  de crianza  de  menores.  Si  los  padres  de la joven desean que  el jevo viste  su  hogar, se  deben comunicar  las  reglas a la  hija  y mantener  una supervisión  constante a las  actividades   de la pareja  de adolescentes.

Asimismo  recalcó que  las  prohibiciones, aunque  no las  recomienda, deben  ir acompañadas de explicaciones  que  pueden ser que el  menor corre peligro en el lugar de  jangueo. 

Por  último, el  doctor enfatizó que  tampoco las  madres pueden ser  las  consentidoras y  permisivas  al “querer  vivir  la película  de  las fantasías románticas    de  ellas  a través de  las  relaciones  de  sus  hijas”. 

 ¿Qué hacer? 

El psicólogo Héctor Coca sugiere:

Desarrolla y fomenta la buena comunicación con  tus hijos desde pequeños. No esperes a la adolescencia para hacerlo. 

Edúcate y oriéntate sobre la etapa de la adolescencia,  las relaciones sentimentales y la sexualidad.

No le des tanto color al rol de novio ya que implica formalidad y el adolescente no necesariamente lo ve así. Entiende que se trata de un proceso normal que va atado a la atracción.

Siempre con o sin novio el menor debe ser supervisado en el hogar y en la escuela.

No impongas prohibiciones. Explica las reglas y al decir no, detalla el porqué y las razones.

Tampoco seas un padre o madre alcahuete.

Trata al novio o la novia igual que se trata  a otro amigo. 

Integra en la medida que puedas  al amigo especial a las actividades familiares. 

No vivas la película romántica de tus hijos a través de tus ilusiones y fantasías. Entiende que esa ilusión es de ellos.