El amor de los padres no acaba jamás, dice una conocida frase que se aquilata en el ejemplo vivo de don Ramón Ramos Rivas y doña Iluminada Manso Sanjurjo, padres del exbaloncelista estelar Ramón Ramos.

Fue el 16 de diciembre del 1989 que un grave accidente automovilístico tronchó el futuro del deportista que, justamente ese año, firmó contrato para jugar como agente libre con los Portland Trail Blazers. Nunca debutó en calidad de enebeísta.

“Fue una situación fuerte para todos. La familia, compañeros de equipo y el pueblo en general sufrió mucho esa situación, porque Ramón estaba quemando la liga en la Universidad de Seton Hall (Nueva Jersey) con el equipo de los Pirates y no pudo jugar en la NBA oficialmente. Ese accidente nos cambió la vida por completo”, expresó entristecido el padre.

El hombre de gestos agradables y hablar pausado, camina con la ayuda de un andador. Doña Iluminada, por su parte, escucha en silencio los comentarios de su esposo y de cuando en vez se le observa mirar a su hijo, quien no para de levantar sus pulgares y sonreír como un niño, pero de 49 años.

Doña Iluminada Manso Sanjurjo y don Ramón Ramos Rivas, padres el exjugador, han sido claves en su evolución. (Para Horizonte / Alvin J. Báez)

“Cuando pasó la situación yo tenía 44 años y bebía y salía a vacilar por ahí, desde ese momento para acá,  hace 27 años, dejé de salir y beber para atenderlo”, comenta el progenitor cuya salud se ha visto afectada, por el esfuerzo que conlleva trabajar con su hijo de 6’8” de estatura  cuando le sobrevienen las convulsiones.

“No es fácil, porque se me está poniendo gordo y vago. Yo lo tenía corriendo bicicleta, caminando y hasta manejando, pero últimamente no quiere hacer nada y se está poniendo muy irritado”, manifiestó.

Ramón Ramos sufrió extirpación parcial del cerebro. Estuvo en coma por seis meses. El diagnóstico en ese momento para el jugador -quien en su temporada ‘senior’ con los Pirates, logró su mejor récord con 11,9 puntos y 7,6 rebotes- era un estado vegetal o la muerte.

“Pero eso no pasó. Mi esposa y yo lo cogimos y tuvimos que renunciar a lo que hacíamos y a dedicarle las 24 horas para que él echara para adelante y lo sacamos del coma, de la cama, lo pusimos a caminar y hasta hablar”, dice satisfecho don Ramón.

Al escuchar estas palabras, el exjugador de los Indios de Canóvanas (1985-1989) se enderezó en su asiento reclinable y con un una amplia sonrisa se le escuchó decir: “Estoy bien gracias a Dios”. La voz profunda y poco articulada daba por hecho el daño neurológico irreversible.

“Se le hace difícil aprender cosas nuevas”, dice la señora. “Pero estamos muy agradecidos por el avance que él ha tenido. La gente lo ve en la calle y le saludan. Él se pone contento. Mucha gente lo quiere y lo recuerdan”, añadió.

Las paredes de la sala de la residencia están repletas de reconocimientos, y recuerdos del esfuerzo que desde niño Ramón Ramos tuvo con el baloncesto. 

Sus padres observan el desarrollo del otrora estelar alero y en un repaso inmediato, se manifiestan orgullosos del amor,y compromiso al lograr levantar a su “gigante” hijo.