Era una mañana fría de julio. Siguiendo su rutina, Leonardo se levantó y abrió el ventanal que daba al jardín. 

En un día como cualquiera, Tibo, su voluptuoso perro negro nacido de la cruza de una Rottweiler y un Labrador, se habría abalanzado para darle los buenos días. Pero esa vez las cosas fueron diferentes. 

Leonardo comenzó a llamarlo, pensó que quizás había hecho alguna travesura y se estaba escondiendo. El silencio lo hizo salir en dirección a su cucha, dio unos pasos y lo encontró tendido en el pasto. Tibo lo miraba pero su cuerpo parecía el de una estatua. 

"Me asusté mucho, no estaba lastimado, tenía los ojos abiertos y movía la cola, pero el resto era un cuerpo muerto. Le levantabas la patita y si la soltabas se caía", recuerda.

Leonardo levantó a su amigo de más de 110 libras y lo subió al auto para llevarlo a la veterinaria del pueblo, donde lo observaron y le hicieron los primeros estudios. "Al principio todo eran suposiciones: podía haber sufrido un golpe o una picadura, una intoxicación o haber hecho un mal movimiento. La única certeza era que había perdido la fuerza. El veterinario hizo todo lo que estaba a su alcance pero lamentablemente no contaba con más instrumentos para realizar otras pruebas. Así que volvimos a casa", cuenta.

La familia estaba preocupada. Para Leonardo y su mujer no era fácil explicarles a sus pequeños hijos lo que pasaba. Los nenes estaban tristes y con miedo. "Si les pido a mis hijos que dibujen a su familia, ellos pintan también al perro. Verlo a Tibo así era desgarrador para todos". 

Como era domingo no había mucho más que pudieran hacer. Al día siguiente, lo llevaron a una veterinaria en otro pueblo para hacer más exámenes. Sin embargo, ninguno pudo explicar su estado: no respondía ante el pinchazo con una aguja, ni al doblarle las piernas. No lloraba ni sentía dolor pero su sensibilidad estaba absolutamente bloqueada.

Ciencia y rutina

El veterinario le indicó inyecciones de corticoides y vitaminas que no dieron resultados. Como Leonardo no pensaba bajar los brazos, continuó haciendo consultas. "Averigüé hasta dar con un fisioterapeuta canino. Le hicimos un tratamiento con electrodos y el médico nos dio una batería de ejercicios para fortalecer su músculos y masajes para estimularlo".

La rutina de recuperación se volvió sagrada. "El trabajo fue día a día y en conjunto. Él puso mucha voluntad y respondía con esfuerzo a los estímulos que le íbamos dando. Hasta sumamos un nuevo perrito a la casa, un caniche juguetón que lo incentivara a moverse. Finalmente un día se mantuvo en pie por un par de segundos y volvió a desplomarse", recuerda el dueño de Tibo.

Leonardo estaba tan entusiasmado con el pequeño avance que decidió ir por más. Como ya había llegado el verano se le ocurrió comprar una pelopincho para realizar los ejercicios en el agua. Un mes después por fin la escena le devolvió la sonrisa a la familia: Tibo se mantuvo en pie y caminó por primera vez en seis meses.

"Todos los veterinarios nos ayudaron y nos invitaron a darle tiempo al perro, aún sin saber el origen de la enfermedad. Pero hay gente que frente a una situación parecida, no aguanta y lo sacrifica. Por eso, hicimos un video y lo colgamos en YouTube, con la intención de que otras personas que pasen por una experiencia similar lo vieran", explica Leonardo. 

La repercusión fue inmediata: recibió mensajes de distintos rincones de América de personas agradecidas por mostrarles alternativas para ayudar a sus perros con síntomas idénticos a los de Tibo. 

"Yo siempre digo que mientras haya vida, hay que lucharla. Tibo merecía esa oportunidad. Sus ganas de vivir, nuestro amor y el entrenamiento hicieron que hoy esté con nosotros, su familia".