Querido papi Alberto, cuando en las mañanas salgas a la marquesina y te acuerdes de mí, no lo hagas con tristeza. Mejor, recuerda cómo yo meneaba mi cola de la alegría de tan solo verte. ¡Por favor, no llores más! Mi partida fue triste y apresurada, pero los accidentes suceden y hay que aceptarlos. Acá, en el cielo de los animales, estoy sanito y feliz, y no hago más que jugar. La próxima vez que mires hacia el cielo, busca la estrellita más pequeña y luminosa, y esa seré yo, observándote desde el firmamento junto mi hermanito Bruno y la pequeña Sofía. Gracias, infinitas gracias, papi, por esos maravillosos ocho años que viví junto a todos ustedes. Gracias por tus cuidados y tus atenciones, y por complacer todos y cada uno de mis antojitos caninos. Para mí, fue un privilegio ser tu más fiel amigo y lo seguiré siendo... por toda la eternidad. Los quiere, su amado Bobby.