Fui a Puerto Rico para “Thanksgiving” y llegué en la madrugada. Aterrizamos y los consabidos aplausos no se hicieron esperar (soy de las que no aplaude pero si usted es feliz haciéndolo, meta mano). El piloto, “¿eso es todo lo que tienen?” Más aplausos con sabor a bondad; segundo encuentro con la susodicha. Una amiga fue a buscarme al aeropuerto y en la autopista frente a Plaza caímos en un hoyo de usté y tenga. Nos estacionamos y vimos cómo la goma había dejado de existir. Un señor que había terminado de cambiar la goma de su carro (que había caído en el mismo hoyo) se ofreció a cambiar la nuestra. Sudó la gota gorda, había salido de su trabajo, eran como las 5 a.m. Había terminado de cambiar su goma, y allí estaba cambiando la nuestra. Ése fue mi tercer encuentro con la bondad en Puertorro, el primero fue que mi amiga fuera a buscarme a esas horas.

El cuarto encuentro, que mi sobrino fuera a buscarme a otro lugar para al fin llegar a Humacao (hace falta un buen sistema de transportación pública, lo tiro por ahí). Ya en mi destino vi por televisión la protesta sobre el depósito de cenizas en Peñuelas. Se me hinchó el pecho de orgullo al ver la determinación de quienes estaban dando la cara por su país. Otro encuentro con la bondad tempranito en la mañana.

Fui a comprar a la fábrica de granos (frituras del más allá de arroz y queso, autóctonos de Humacao) y no tenía el cambio exacto. Me los dieron. (En NYC si no tienes lo que es, no te vistas que no vas); otro encuentro con la bondad. Comiendo en un lugar público; cada bocado que iba pa’ mi boca, un “buen provecho” escuchándose desde la boca de desconocidos, la bondad de nuevo. Haciendo fila para pagar algo, me dejaron pasar al frente (parece que me vieron entrar cojeando un poco. Estoy hecha una porquería con esto de la tendonitis, blá blá). Decliné la invitación agradecida; otro encuentro con la bondad puertorriqueña. Un amigo viajó de San Juan hasta Humacao para llevarme al aeropuerto. Exacto, otro encuentro más.

Cuando una vive lejos de los suyos, lejos de su patria, los sentidos se convierten en lentes telescópicos que te hacen notar las acciones tamaño hormiga. Ya en Niuyol, entre trabajos y trabajos, al fin tuve un respiro y me puse a ver el especial “De Puerto Rico para el mundo”. Canté a boca de jarro con un taco en la garganta, bailé con los ojos aguao’s, era como si lo que paso día a día lo estuvieran plasmando, botosamente – cabe destacar – entre canción y canción. A veces la prisa de la vida allende los mares que te obliga a endurecer el cuero aún más hace que se te olvide la bondad. Hoy mi comunidad de la diáspora me recordó la que viví hace una semana en Puerto Rico y que, ahora más que nunca, tenemos que vestir cual armadura. 

Edna Lee Figueroa es una puertorriqueña residente en Astoria, Nueva York.