Hoy puedo decir que me siento feliz de vivir mi verdad públicamente como una mujer transgénero, pero sobre todo, como un ser humano LIBRE. 

Era una carga que no podía llevar más en mis hombros, pero el lunes 27 de marzo de este año ese peso desapareció. Mis seres queridos y amigos cercanos sabían de mi proceso, pero sentía que estaba siendo falsa al no haberlo compartirlo con el público que siempre me había apoyado. En las redes sociales siempre me ha gustado llevar mensajes positivos, hablar de vivir libremente, de ser uno, de amarse... y me sentía hipócrita, porque no lo estaba haciendo al máximo. El miedo al qué dirán, al rechazo, al odio y a decepcionar a los demás me paralizaban, pero mi cuerpo estaba cambiando. Mi alma y espíritu me estaban moviendo a decir mi verdad. El precio a pagar sería muy alto; no sabía si la gente me iba a querer más y si tendría la fuerza de hacerlo. Sin embargo, una razón más poderosa que mis miedos e inseguridades me motivó a salir de este segundo clóset: mi deseo de ayudar con mi historia aunque fuera a una sola persona en el mundo. 

Comencé mi proceso de transición con la terapia de reemplazo hormonal el 11 de septiembre del 2015, bajo la supervisión de la doctora Pradere. Mi vida cambió para siempre. Chequeos médicos cada tres meses para monitorear los niveles de testosterona y estrógeno y llevarlos a la de una mujer de mi edad y verificar que todo estuviera bien fueron la norma. La grasa se empezó a distribuir en las áreas necesarias y mi cuerpo comenzó a tomar una figura más femenina. Mis senos comenzaron a nacer, mis facciones a suavizarse, mis caderas, muslos y glúteos a crecer un poco más y todo empezó a tener sentido. Esa era la verdadera yo. Esto iba acompañado de dolores normales en los senos por el proceso de crecimiento, cambios de humor, pasar de la risa al llanto en segundos, querer comer todo el tiempo, dormir más de lo usual y estar más sensible de lo que soy en todo el sentido de la palabra. 

A mis 41 años estaba experimentando una segunda pubertad, con sus altas y bajas, pero comencé a disfrutar y a documentar mi proceso. El apoyo de mis seres queridos ha sido crucial, porque SIEMPRE han estado para mí y no sé cómo habría sido pasar por todo este proceso sin contar con su apoyo, amor y comprensión en uno de los momentos más trascendentales de mi vida. 

Quiero llevar con mi historia el mensaje de que nunca es tarde para ser UNO, no importa la edad, el qué dirán, los miedos y las inseguridades, porque Dios, la energía o como le digan, nos creó a tod@s a su imagen y semejanza, y nos ama incondicionalmente como somos. 

La vida es corta, es una y nacimos para ser felices siendo quienes vinimos a ser, no lo que la sociedad nos imponga que seamos y el momento para vivir a plenitud nuestra verdad es AHORA. Si lo estoy haciendo a mis 43 años, cualquiera puede hacerlo. Busquen dentro de cada uno de ustedes esa fuerza divina y lo lograrán. Aquí estaré siempre para quienes me necesiten. Era el mundo o yo... y escogí ser YO.

Amar Sotomayor es una mujer transgénero de 43 años.