La historia del antiguo Egipto, que tiene más de 3,300 años, está llena de  magia,  eslabones perdidos, enigmas y misterios que todavía en estos tiempos modernos los arqueólogos  e historiadores no han podido descifrar.

Lo que siempre hemos escuchado y leído del Egipto de antaño es que se trataba de una civilización inteligente y sumamente adelantada a su época. Se destacaron por su organización social y por sus avances en las matemáticas,   agricultura, minería, ciencia, astronomía, medicina y arquitectura.  

Otro de los aspectos del antiguo Egipto que siempre ha causado  fascinación y mucha curiosidad  -tanto al público como a los historiadores y arqueólogos- han sido sus faraones.

El gobierno estaba en manos de esta figura, el rey o el monarca, quien vivía rodeado por una gran corte de privilegiados nobles, funcionarios, sacerdotes y guerreros.

El faraón era el amo de todos los hombres, dueño de todas las tierras y de todas las aguas del Nilo. Su voluntad era ley. 

El soberano del antiguo Egipto era considerado hijo del dios Ra (Sol), quien le había dado poder para gobernar a los hombres. Por esa razón, los mortales le debían  reverencia y ninguno de ellos podía pronunciar su nombre sin añadir la expresión “que florezcan en él la vida y la salud”.

Aunque tardíamente descubierto y todavía poco conocido, el faraón Akenatón (1353 a.C. - 1336 a.C.) es considerado por muchos historiadores, arqueólogos y escritores como uno de los faraones más interesantes de la historia antigua de Egipto.

Akenatón, también conocido como Ajenatón,   Amenhotep IV y Amenofis IV, fue el décimo faraón de la dinastía XVIII de Egipto.? Perteneció al periodo denominado Imperio Nuevo de Egipto. Durante el cuarto año de su reinado cambió su nombre a Neferjeperura Ajenatón.

Akenatón fue hijo del faraón Amenhotep III, uno de los mayores constructores de monumentos, templos y palacios en la historia egipcia. Padre e hijo pertenecieron a la misma dinastía, la cual tomó el poder tras derrotar a los hicsos, pueblo del mediterráneo oriental que había invadido el norte de Egipto en esa época. 

El cargo de gran esposa real de Akenatón fue ejercido por Nefertiti, a quien históricamente se le ha adjudicado una gran belleza física y  grandes dotes como gobernante.

Nefertiti acompañó a Akenatón en todas las obras que emprendió el faraón. Se le puede ver no solo en las inscripciones conmemorativas religiosas en torno al dios Atón, sino también en otras ceremonias, como recepciones de embajadores extranjeros y funerales.

El faraón Akenatón fue el padre de Tutankamón, quien luego se convirtió en faraón. De hecho, Tutankamón fue el faraón más joven en la historia del antiguo Egipto. 

Pero Tutankamón no fue hijo de Nefertiti. Análisis de ADN han evidenciado que el niño era hijo de Akenatón y   de una de sus hermanas.

Akenatón ha sido el monarca que -junto a Nefertiti y su hijo Tutankamón- ha cautivado la imaginación moderna como ningún otro personaje del antiguo Egipto. 

Akenatón fundó la ciudad de Amarna, que durante su período de reinado fue la capital de Egipto. Es por esa razón que dentro de la historia de esa civilización, se especifica que el reinado de Akenatón perteneció al período de Amarna.

 Para Akenatón, Amarna representaba una tierra pura y visionaria. El faraón eligió esa zona como capital de Egipto, porque, según las creencias de esta cultura, era una tierra que no había sido contaminada por la veneración de algún dios. Amarna pronto se convirtió en hogar de unas 30 mil personas. Allí se construyeron  palacios  y templos con gran rapidez y en una escala extraordinaria, según los estudiosos. 

Faraón arriesgado y extremista

Akenatón es considerado el gran  revolucionario del antiguo  Egipto porque tomó muchos riesgos e implementó cambios extremistas durante su reinado. 

El faraón realizó transformaciones radicales en su sociedad al convertir al dios Atón en la única deidad del culto oficial del estado.  

La visión de Akenatón   simplificó la religión de forma radical al impulsar el concepto del monoteísmo. Los egipcios de aquella época adoraban a hasta 1,000 dioses, pero Akenatón solo le era fiel a  Atón. En la mitología egipcia, Atón era  considerado el espíritu que alentaba la vida en la tierra.

Él y su esposa Nefertiti actuaban como los únicos intermediarios entre el pueblo y Atón, una deidad  que representaba al disco solar en el firmamento. 

El reinado del osado Akenatón  no solo implicó cambios drásticos en el ámbito religioso, sino también en la   política y en las artes. 

Bajo su liderazgo,   el arte egipcio experimentó una revolución. Los artesanos se vieron liberados de los lineamientos tradicionales y comenzaron a crear escenas realistas del mundo natural. Impulsó un cambio hacia retratos íntimos de la vida familiar y poses más suaves  y menos forzadas. La mujer, incluso, alcanzó un papel más prominente en el arte.  

Intentaron borrarlo de la historia

Desafortunadamente, los sucesores de Akenatón se expresaron con desprecio sobre su reinado. Según un reportaje publicado  por la revista National Geographic, hasta el propio hijo de Akenatón, Tutankamón, emitió un decreto mediante el cual criticó las condiciones durante el régimen de su padre.

El descontento con el reinado de Akenatón fue tal, que las siguientes dinastías se refirieron a él como un “criminal y rebelde”. Los monarcas que le siguieron  llegaron al punto de destruir sus estatuas e imágenes, intentando borrarlo por completo de la historia.

Se cree que el reinado de Akenatón tuvo una duración aproximada de 17 años. Después de ese periodo ?no se encuentran ya sus etiquetas en las ánforas y demás enseres de los palacios y almacenes reales.  Tampoco se ha encontrado, hasta el momento, referencia alguna al reinado de Akenatón pasado dicho año en ningún utensilio o cerámica.