La mayor tormenta solar que afectó a la Tierra ocurrió el 1 de septiembre de 1859. El astrónomo Richard Carrington tenía su observatorio a las afueras de Londres y observaba lo que describió como "dos parches de luz intensamente brillantes y negros". Sin saberlo había presenciado la mayor erupción solar de la que se tiene constancia. Se prolongó durante cinco minutos, pero en cuestión de horas su impacto se sentiría por todo el planeta.

Un día después, los tripulantes de la embarcación "Southern Cross", un veloz clíper de tres mástiles y 170 pies, que se enfrentaba a un importante temporal frente a las costas de Chile, pensaron que estaban navegando sobre un océano de sangre. Al levantar la vista observaron que todo el cielo estaba bañado de rojo.

Se trataba de una aurora austral, un fenómeno nada frecuente en la latitud en la que se encontraba el navío. Además, el fenómeno provocó el fallo de los sistemas de telégrafo en toda Europa y América del Norte. Se vieron intensas cortinas de luz, desde Maine hasta Florida. Incluso en Cuba los capitanes de barco registraron en los cuadernos de bitácora la aparición de luces cobrizas cerca del cenit.

Si el evento no tuvo consecuencias desastrosas fue debido a que nuestra tecnológica todavía estaba dando sus primeros pasos. Si una tormenta magnética de esas dimesiones se produjese en nuestros días, los satélites artificiales dejarían de funcionar, las comunicaciones de radio se interrumpirían y los apagones eléctricos tendrían proporciones continentales y los servicios quedarían interrumpidos durante semanas. Este suceso se conoció como "Evento" Carrington".