Mi amigo y compañero de labores, Herbert Cruz, la sacó del parque cuando decidió imitar al gran Elliott Castro. 

El personaje, que Herbert bautizó con el nombre de “Elliott Castrado”, y que debutó en el programa TV Ilegal -producido por Agustín Rosario-, se ganó de inmediato el corazón de la gente. 

“Es uno de mis personajes favoritos. Sin tener que hablar malo ni hacer chistes de mal gusto, logró empatía inmediata con la gente. El personaje lo que hace es ponerle emoción a lo que dice, lo mismo que hace Elliott, el original, pero exagerándolo un poco. Hace sentir bien a los invitados y es un patriota a morir. No tuve que inventar nada, todo lo inventó el mismo Elliott”, explica el comediante Herbert Cruz sobre su interpretación. 

Uno de los momentos más divertidos del personaje fue cuando se vieron cara a cara los dos “Elliott”. Ahí se pudo apreciar con exactitud lo que bien explica Herbert: el personaje gustó porque llevó de manera fidedigna las cualidades humanas del periodista deportivo a la pantalla. 

Me comentaba Elliott que en aquellos tiempos no había lugar que visitara, donde no escuchara el grito: “¡Qué bueno es!” La gente lo saludaba como si lo conociera de toda la vida y él le respondía con igual familiaridad y cariño. 

Elliott Castro dedicó su vida entera a resaltar el valor de los puertorriqueños. Creía en nuestro país y en su capacidad para hacer cosas grandes. Por eso resaltaba las conquistas de los nuestros en el deporte de manera única, asegurándose de que todo el mundo pudiera aquilatarlas. No tenías que ser un experto en el deporte para disfrutarte un juego si Eliott estaba en el grupo de comentaristas. Él se encargaba de llevarte poco a poco para que pudieras disfrutar las incidencias del mismo y comprender la importancia que una victoria tendría para Puerto Rico. 

Elliott no necesitó pinta de galán de novela, ni un vozarrón de locutor, para abrirse paso en el competido mundo de las comunicaciones. Le bastó con ser auténtico y dejarnos saber a los boricuas que era uno de los nuestros. Sin bajar nunca la cabeza, ni sentirse menos, todo lo contrario, su orgullo boricua se le salía por los poros y a capa y espada lo defendía donde y contra quién fuera. 

Con su “¡Qué bueno es!” nos hacía conscientes de lo grande que somos y también de lo mucho que subestimamos nuestras capacidades. 

Recordemos a Elliott con alegría, con su sonrisa sincera de dientes separados. Recordémoslo sintiendo orgullo por lo que somos: puertorriqueños. Dando siempre lo mejor de nosotros y recordando que Elliott convirtió en célebre su “¡Qué bueno es!” porque realmente lo somos.