No crecí practicando la fe católica, pero mi esposo sí. También mis hijos estudian en una escuela católica, por lo que tratamos de visitar la iglesia semanalmente. Cuando nos quedamos en algún pueblo por motivo de una obra de teatro en la que participe, buscamos la iglesia más cercana y participamos de la misa el domingo. 

En mi reciente visita me pasó algo muy raro, que me gustaría compartir con ustedes. Durante la ceremonia en la cual el sacerdote invita a los presente a darse la mano en señal de paz, la señora que estaba frente a mí me dejó con la mano extendida. 

“Yo no doy la mano”, me dijo en voz alta. Me quedé pasmada, al igual que todos los que estaban sentados a mi lado, incluyendo a mis hijos.

“¿Por qué la señora no quiso darte la mano?”, me preguntó mi hijo mayor. A lo que le contesté que desconocía. 

Continuó la misa y poco a poco iba botando el golpe. La señora frente a mí repetía en voz alta mejor que nadie, todas las oraciones, cantos y salmos que decía el sacerdote, demostrando que era una católica practicante. Al terminar la misa como de costumbre, la gente de manera muy amable se acercó a saludar y mostrar sus respetos y cariños. La señora que me negó el saludó me pidió hablar conmigo. Me explicó que ella no da la mano por un asunto de higiene, me habló de su trabajo y bien contenta, me dio la bienvenida a su pueblo.

¡En serio!

Con una sosera terrible, le acepte sus explicaciones, pues “cada loco con su tema”, mientras que Miranda me tocaba el brazo y me decía una y otra vez: “Mami esa es la señora que no te saludó”.

Me parece algo extremo vivir de esa forma. Preocupados por contagiarnos o enfermarnos por todo lo que nos pasa por el lado. ¿Cómo va a negar un saludo en la casa de Dios, por una supuesta medida extrema de higiene?

No soy una experta en asuntos bíblicos y no pretendo presumir de serlo, pero si algo Jesús hizo fue ayudar al enfermo, al necesitando, sin estar pendiente a su condición ni realidad social.

Si me negó la mano a mí, no quiero pensar al mendigo que estaba en las afueras de la iglesia.

¡Cuánta hipocresía!

De qué nos vale recitar como el papagayo los sermones en la iglesia, si no estamos dispuestos a vivirlos, ni siquiera en lo más sencillo.

Cómo va a negarme un saludo que invita a la paz que todos los allí reunidos practicaron, por evitar la “propagación de enfermedades”

¡Por amor a Dios!

Esto solo se justificaría en casos de personas con su sistema inmunológico comprometido, pero ese no era el caso. Evitar el contacto afectivo con los demás, termina aislándonos y condenándonos a una vida en soledad. Los seres humanos fuimos creados para vivir en sociedad, para interactuar unos con otros, es parte de nuestra naturaleza.

No acostumbro a meterme en la vida de los demás, pues cada uno tiene derecho a vivir como entienda.

Sin embargo, comparto lo ocurrido por entenderlo extremo y contradictorio. Cuidar nuestra salud debe ser un asunto prioritario, algo de todos los días. Por eso debemos evitar hábitos que la pongan en riesgo. Nada malo con eso, por el contrario, pero llegar al extremo de negar un saludo, raya en lo obsesivo.

En el balance estará siempre la clave para lograr una vida feliz y saludable.

A la doña que me negó el saludo y a quienes actúen como ella, les aseguro que un buen apretón, no importa de quien sea, en vez de daño le hará mucho bien a la salud. Inténtelo y luego escríbame directo por Facebook para ver cómo le fue.